Elena Garro. Sin derechos reservados

En octubre de 2024, vi un post de Liliana Pedroza en X (antes Twitter), donde alertaba sobre una publicación dudosa titulada Testimonios sobre Mariana de Elena Garro. Los ojos patriarcales lo impregnan todo, y el hecho de haber leído o escrito sobre Elena Garro no nos otorga un derecho exclusivo sobre su obra. Dejémonos de pretensiones: Elena Garro es de todas y para todas. En cuanto a las ganancias, en todo caso, estas le corresponden a su sobrina nieta, Ximena Garro, hija del sobrino Jesús Garro. Nos quejamos del patriarcado, pero no somos capaces de autoanalizarnos ni de dejar que la palabra fluya hacia el cauce de la justicia. En 2015, Marcela Magdaleno, escritora y directora de la Fundación Garro-Paz, me contactó. La había conocido en un encuentro de poetas organizado por Carmen Amato, donde, por cierto, leí en el penal de Cefereso 9, justo cuando El Chapo Guzmán estaba preso allí. En esa ronda de lecturas me tocó leer algo de Susana Chávez, otro tanto de Elena Garro, y un poema mío. Era un tiempo en el que no me consideraba a mí misma, pero quería salvar a Ciudad Juárez. Aún recuerdo la experiencia de entrar al penal, donde nos despojamos de todos nuestros accesorios. Me acompañaba Samuel Schmidt, director del Colegio de la Frontera y, en ese momento, mi acosador, pero esa es otra historia lúgubre que merece su propio relato. Marcela Magdaleno, muy amable, me invitó al centro de México para un recorrido por Mujeres Cósmicas. Jamás imaginé que en su casa guardaba lo que ella consideraba tesoros: ropa, textos, cartas y más de las dos Helenas: Elena Garro y su hija, Helena Paz. Apenas conocía Los recuerdos del porvenir y leía Y Matarazo no llamó, accediendo a los cuentos de Garro gracias a PDFs que me compartían las feministas de Ciudad Juárez, entre mis clases de AP Spanish en El Paso, TX. Lo único que sabía con certeza era que yo, y otras, teníamos atravesado a Octavio Paz por ser quien fue. Aquí es donde noto que las miradas patriarcales también habitan en cuerpos de mujeres, y eso quiero abordar ahora. Cada mujer que entraba en contacto con la obra u objetos de las dos Helenas se sentía con derecho a opinar sobre lo que debía hacerse con los textos y pertenencias. Pero lo más justo y legal es que los familiares de Elena Garro reciban las ganancias de su obra. Tras la muerte de Jesús Garro en 2017, surgieron disputas entre esposas e hijas, pero hoy en día es Ximena Garro, la sobrina nieta de Elena, quien hereda esos derechos. También fue en 2015 cuando supe de Patricia Rosas Lopátegui, gracias a quien conocemos más sobre Elena Garro. Pero también conocí la otra versión: la del conflicto que Helena Paz tenía con Rosas Lopátegui, acusándola de haber sustraído algunas novelas de manera inapropiada. Patricia tiene su versión, y doy fe del profesionalismo y la entrega con los que ha trabajado. Nosotras, las lectoras, no somos ingenuas; sabemos reconocer la seriedad en la apreciación literaria. Así que, cuando me enteré de este drama de acusaciones, estuve a punto de involucrarme profundamente. Afortunadamente, decidí hacer solo dos cosas: armar un museo itinerante con las pertenencias de las dos Helenas y entrevistar a Patricia Rosas Lopátegui para que su testimonio quedara en mi disertación doctoral. Conduje hasta Albuquerque para reunirme con ella. Conversamos durante un par de horas, suficientes para darme cuenta de su apoyo a mi proyecto, que denunciaba la misoginia en el ámbito literario de Ciudad Juárez. Nos tomamos de las manos, y ahí di punto final a mis dudas y deseos de sacar provecho del embrollo. Estuve a punto de escribir varios cuentos y ensayos sobre el tema, pero confié la entrevista a una asistente, quien me robó la segunda parte de la grabación. Aún no he recuperado esa parte de la entrevista, y la ironía cósmica es que, hablando de saqueos y robos, alguien me robó a mí. Desde entonces, he experimentado una serie de saqueos a mi alma que culminaron en mi abandono de cualquier intento de seguir mencionando a Elena Garro. Sin embargo, más tarde conocí a Liliana Pedroza, una profesional que ha sabido aprovechar la inspiración que emana de Elena y su torrente de palabras y poder. Es aquí donde afirmo que la propiedad es una noción capitalista y patriarcal, como bien lo señala Rita Segato. A pesar de esto, debemos recordar a las víctimas, como lo fueron en su momento las dos Helenas. Ahora, es Ximena Garro quien está aquí, vive, y parece interesada en continuar con el legado de su tía abuela y prima lejana. El punto es que algunos sostenían que Patricia Rosas Lopátegui no era la biógrafa oficial, pero a mí no me importaba meterme en esos asuntos; quería saber más sobre las dos Helenas. Alcancé a ver el documental La cuarta casa, el original, y leí las cartas que Octavio Paz le envió a Helena Paz. Estuve en ese cuarto tres días. Cuando pregunté a Marcela sobre el paradero de todo aquello, ella me respondió: —Esto es de la Fundación Garro-Paz. En mi oficina tengo una fotografía de Elena Garro y otra de Juan Rulfo. Entre ellos coloqué a Gloria Anzaldúa, como si su presencia pudiera ayudarme a conectarme con sus ánimas en ese espacio intermedio de Nepantla, donde habitan todas las contradicciones, lo liminal, lo no dicho. Es ahí donde siento que los tres —Elena, Juan y Gloria— conversan, me guían y me acompañan, a la vez que resuenan con la historia de mi propia vida. Mis padres no tuvieron carreras profesionales. Yo crecí en Monclova, Coahuila, en una pobreza que nos obligó a mudarnos a Ciudad Juárez, esa frontera que a veces se siente como una herida abierta, como un desierto cargado de promesas y dolores. Después emigré a los Estados Unidos, siguiendo los pasos de mi padre, quien fue explotado bajo el Programa Bracero. La historia de mi familia es una historia de desarraigo y explotación, de cuerpos migrantes que cruzan fronteras invisibles e inhumanas, y eso ha marcado profundamente mi perspectiva sobre el mundo y sobre mí misma. Hace poco, me asignaron una oficina en la universidad donde trabajo. Para muchas personas, un cuarto en la universidad puede ser un simple espacio, una formalidad académica, pero para mí fue un acto simbólico de profundo arraigo. Ahí, en ese espacio físico, mi orfandad intelectual y emocional encontró refugio. En medio de libros, palabras y memorias, el vacío que había sentido durante años comenzó a llenarse con la presencia de las lecturas que me han formado, con las voces de Juan Rulfo y Elena Garro, que de alguna manera me salvaron del abandono. Esas lecturas son más que palabras en papel; son mapas de supervivencia. En ellas encontré una forma de entender mi identidad, de darle sentido a ese viaje que me llevó de Monclova a Juárez, y de Juárez al norte, siempre buscando algo más. Es ahí, en ese rincón, donde siento que la identidad se forja, siguiendo los "7 pasos del conocimiento", un camino que no es lineal, sino circular, como los ciclos de las estaciones o el fluir de las aguas. Cada paso me ha permitido conectar con algo más profundo: la memoria colectiva de las mujeres, de las escritoras que, como yo, han transitado por fronteras literarias, culturales y espirituales. Y la pobreza. En cuanto al pleito por los derechos de Elena Garro o de cualquier otro escritor o escritora, me vale sombrilla. No me interesa quién tiene esto o aquello, ni me importan las disputas por las posesiones o los derechos reservados. Al final del día, nuestros cuerpos y nuestras almas tampoco pertenecen a nadie. Son parte de una historia más amplia, una historia que se escribe en cada paso que damos, en cada palabra que pronunciamos. Las palabras, como nuestras experiencias, fluyen libres, y es en esa libertad donde radica nuestra verdadera pertenencia. Lo que importa no es quién se apropia de los objetos o de los textos, sino cómo esos textos nos transforman, cómo nos atraviesan y nos permiten encontrar un camino hacia la justicia, hacia una vida más digna. Ya dije!

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