Vergüenza y timidez: re-sentir

Vergüenza y timidez: re-sentir Dra. Hilda Y Sotelo “Dicen que una debe morderse todas las palabras y caminar de puntas, con sigilo, cubriendo las rendijas, acallando al instinto desatado y poblando de estrellas las pupilas para ahogar el violento delirio del deseo”. Enriqueta Ochoa “Me da más miedo no escribir” Gloria Anzaldúa Las feministas de la generación X, sabemos que, en las historias de la humillación y la simbología de nuestro tiempo, la timidez se revela como estado del ser ideal femenino, y dentro de la timidez se esconde el resentimiento. El resentimiento no surge espontaneo, se forma en las pedagogías de la opresión, es la misma escuela tradicional que genera la “superación” y la posibilidad de que la agobiada corra con “suerte” para llegar a ser opresor y así perpetuar el ciclo de la división que solo favorece a la “cúspide”. En la acumulación de méritos o no méritos, los y las resentidas tenemos la oportunidad de envidiar y navegar con el dicho, “la envidia es sana”, y así curarnos el deseo al ver caer a las enemigas o enemigos. Nos encantaba el andar viejo. Las tímidas, quienes fungen como musas para los románticos empedernidos, vigilan celosamente el orden de las cosas; no están dispuestas a reubicarse, habitan activamente el sueño de los roles de género. La construcción de la timidez, aprendida en el aula y la vida tradicional, se basa en las relaciones de poder, reproducen el orden emocional, donde las mujeres deberíamos hablar en tonos suaves, serenos y cuando llega el momento de expresarnos, volvemos al lugar de origen, saturado de desventajas o privilegios según el caso de cada una. No es extraño que nuestras circunstancias de nacimiento nos persigan toda la vida y al momento de expresarnos en distintos espacios, notamos que los otros y las otras llevan ropajes distintos, ropajes que los protegen de los embates de la brutalidad, la violencia y los ataques psíquicos. Si estamos familiarizados con la escala de las discriminaciones en México; sabemos que ser mujer, lesbiana, trigueña en menopausia, pone en desventaja; a su vez, si eres de familia numerosa, si tus padres no fueron profesionistas, entonces, no pudieron proveerte de lo indispensable para la escolaridad, y si encima de todo la religión tocó a tu puerta a edad muy temprana, y el deber cristiana, la cultura pop y la pobreza, se colaron hasta el tuétano de tu alma, los filtros del sentir y razonar van a transitar todo lo anterior, irremediable hasta el punto de desarrollar psicosis espiritual y romántica. En este espacio el cuerpo causal está en pausa, observa y lee lo electrónico para formar el pensamiento y darse cuenta de los ocultamientos tras las pantallas. En los noventas, o al principio del dos mil, si las mujeres queríamos di-sentir, deberíamos cursar un sinfín de grados académicos y talleres, por lo general los maestros eran del género masculino, y si nos atrevíamos a debatir o proponer en la intelectualidad, éramos consideradas no tímidas, no casaderas o peligrosas, sin vergüenza. Sufrimos violencia epistémica, es decir, nuestro testimonio de la vida y las cosas era y es disminuido, arrebatado o desaparecido. No es raro que los géneros literarios entraron al quite para que las mujeres nos expresáramos en la poesía, novela o los híbridos. Tal es el caso de Elena Garro y Helena Paz y tantas otras que en la actualidad encontramos en la metáfora, el refugio seguro al re-sentir, “te lo voy a decir de otra forma”, pensamos. En medio del discurso capacitista, algunas mujeres de mi generación, sin otra protección que la rabia y el descontento cruzamos “límites” y nos expresamos sin metáfora; las periodistas o las emisoras del #MeTooEscritoresMexicanos; el precio a pagar, para algunas, fue la enfermedad, anulación, difamación, revictimización, amenazas, atentados de feminicidio y hasta la muerte en el más triste de los casos periodistas. Si bien, disentir desde el resentimiento es el fin de las máscaras propias y externas, el resultado va a depender de la interpretación que los opuestos les den a las palabras que salen de la resentida. No todo depende de la interpretación individual o de un grupo, estamos inmersos en la gran red de vigilancia y control. Sentir empatía, nos sitúa en la relación horizontal, ahí en ese espacio tenemos la oportunidad de experimentarnos terrícolas y unidas a pesar de los horrores. Es a través de identificar nuestros dolores, traumas y necesidades en común que podemos sobrevivir tiempos de enfermedad y desastres. Si algo agradecemos a la pandemia y a nuestras largas horas frente a la computadora, es la oportunidad de re-sentir, explorar las palabras de otros hacia nosotras y los sistemas que nos roban el resollar. Resumo mi experiencia virtual en una palabra, ciberacoso. Pero ese acoso no inició en la pandemia. Recurro a su empatía: imaginen a una niña de cinco años en México, en la colonia Santa Eulalia, la periferia en Monclova, Coahuila en 1977; camina sola rumbo al jardín de niños más cercano, busca información para iniciar su vida escolar que concluyó 45 años después, en diciembre del 2019 con un doctorado en Estados Unidos, nepantlera, sin religión y alejada de la cultura popular. Niña que tuvo que ser adulta, y tomar el rol de la abuela. Ahora sientan a esa mujer pre menopaúsica, bisexual, con desorden postraumático. Mujer que desarrolló gran parte de sus conclusiones de vida e intelectuales en Ciudad Juárez y El Paso, TX. Ahora, escriban su caso particular y empaticen con su propia historia y la de las otras. Según los roles de género de mi tiempo, esa mujer es pública, debe pedir a dios por todos y todas, debe defender las luchas de las otras que no tienen ni energía ni ánimo para seguir, recién ha perdido a su madre, debe dedicar sus horas a ser discreta con sus logros de lo contrario la juzgarán. No debe escribir porque dice locuras y se le entiende poco, ella se debe al escarnio, al juicio y a identificarse como posible víctima sacrificial, debe cargar con la vergüenza social. Marcela Lagarde dice que la vergüenza es “el autocastigo impuesto por haberse salido del tono normativo general, por haberse expuesto. La paradoja emocional de la vergüenza radica precisamente en la necesidad o exigencia de ocultamiento luego de esta exposición excesiva, la vergüenza conlleva a la inhibición de la interacción social”. Es familiar confundir el resentimiento con vergüenza o timidez, y ahora, que en la memoria regreso al ciberbullying, a las palabras burlonas y destructivas de los acosadores y las acusadoras, me doy cuenta que mis juicios para “superar” los agravios, no me hieren. Mis juicios perdieron el sarcasmo, el humor negro que aprendí en las aulas y calles de Ciudad Juárez. Decidí ver desde varias perspectivas a la caricatura que fabricaron de mí, caricatura sin manos y con garfios, perfiles falsos de Facebook con mi fotografía. Y ahora, protegida por el tiempo y la distancia, veo que el caso era más grave de lo que parecía. La significación de las mujeres hacia las mujeres, ¿que nos hace enemigas? ¿Vale la pena dejarnos humillar para aprender lecciones? O peor, ¿guardar silencio? ¿Resentirnos? Aprendimos estos roles en la pedagogía de la humillación y está en nosotras desaprender, crear, enseñar y aprender otros caminos. Durante los primeros meses del 2022 renuncié a mi trabajo de maestra; regresé a Monclova, Coahuila, ahí recorrí el camino de aquella niña de cinco años, vi mi Jardín de Niños tupido de árboles y flores. Mi escuela primaria color guinda, con algunos arreglos. Mi hermana mayor se encargó de regresar el color y al calor a la casa de mis padres. Después de 50 años el granado seguía en el patio, le dedique un Tik Tok sobre la mentira en la resiliencia. Vi la cisterna comunitaria en mi barrio, ahí no hay escases de agua, regresé a mi lugar de hija y nieta. Tuve que tomar el autobús a casa, con otra mirada para redirigir mi vida. Re-sentir fue buena idea, volver a sentir y sortear en el presente el amor hacia mi familia, el amor hacia la pareja que tuve a los veinte años y con quien recordé que había olvidado algo, ese algo regresó en extensas conversaciones e intercambios de música, que, traducida a nuestro leguaje noventero, recuperó al cuerpo la memoria y al amor su lugar en las dos. Resentir mi país, mi identidad, mi origen, despertó el movimiento en mi cuerpo, pude volver a correr, ejercitarme, andar en bicicleta, motocicleta, autobús, transporte público. Pude retomar la relación maestra-alumna, alumna-maestra. Alejada de la violencia epistémica, el poder es uno solo, mi cuerpo en movimiento donde la palabra re-sentir, sale desde las entrañas y se expresa en palabras cuidadosa o descuidadas, sin vergüenza.

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