De la serie...Escritura ansiosa

Serie: Relatos kosmicos Capitulo I Escritura ansiosa I.1 Re-volver: In lakech Yo sé quién eres tú, nunca me canse de esperar …quien te ve, no ve tu historia… ¿Quién eres tú? …. (Yuri) El día es hoy, no sé si tenga otro día, ayer casi moría atragantada con una tortilla dura y el “noble silencio”. Cuantas palabras sin pronunciar y yo petateándome ¿Cuáles palabras? Las que sean, dilas, escríbelas, invéntalas. Dale. En mi optimismo, mi pasado dice que llegaré a vieja, muy vieja, avanzada en edad, fuerte. Una pone y mi diosa cósmica dispone ubicarme en el presente, volver a las andadas de la escritura sincrónica, la del momento, la de las señales y el arte de pelar hasta dar con la verdad, sin importar las consecuencias ni el orden de las cosas. A la sociedad no le gusta la verdad. A la mística-feminista le vale pito o panocha, como quieran. Sabe navegar de una dimensión a otra. Y ahora, el amor me ha ayudado a reabrir puertas que pensé selladas. El amor a lo Gen X. Nada nuevo, mi amora de cuando tenía 30 años, dijo haber pasado 20 años segura de que ella y yo tendríamos resuelta la vida al momento de reencontrarnos. Y como no, si los años sin ella fueron puro dolor, puras mamadas y alucine, pérdidas, puro queda bien para que me quisieran allá afuera: Un matrimonio legal, un divorcio, dos uniones libres, dos separaciones, dos abortos, un intento de feminicidio, un asalto a mano armada, un ciberacoso que casi termina con mi salud mental y mi profesión. Traumas resumidos en depresión, ansiedad, fracasos, la sintaxis de la víctima; códigos silenciosos, sistemáticos, contribuyeron a la destrucción de mi humanidad. Redefino: Los años sin ella fueron, una maestría, un doctorado, escritura y activismo feminista. No es que yo niegue mis desgracias, el asunto es que cuando la vi, mis ganas de huir desaparecieron, y el dolor del pecho cedió, mágico. Los Mayas aseguraban que después del 2012 íbamos a conocer el tiempo del no tiempo. Cierto. Me subí al tren Maya en el 2010 y no necesariamente al de AMLO. Nunca debí haber bajado. Renuncié por primera vez a mi trabajo de maestra de prepa el 21 de diciembre del 2012 Es ahora que aquí solo queda esta que escribe hoy, desde la quinta dimensión. La estancia donde me siento sana, libre, segura, amante y de vez en cuando enrabiada, y ansiosa, sin secretos. Hoy viajo de Monterrey a Monclova, he recorrido este camino dos o tres veces por año durante casi treinta años. Hoy, las cosas son distintas. Mi situación ha cambiado, yo he cambiado, y ambas ciudades son distintas. La sociedad no es la misma. Mi familia ha crecido, soy tía abuela muchas veces y pronto seré tía bisabuela. Agradezco la fortuna de la salud y el pensamiento crítico, el enterarme de esos cambios. Vivir para narrar, disfrutar, viajar y estar cerca de mi familia. Libre. Entrar y salir del pasado, en el presente y avistar el futuro, es posible. La percepción que tenía sobre mi cuerpo, la vida, y los territorios, ha dado un giro al adentrarse en otros hábitos de pensamiento y alimento. En este momento mis hombros no cargan la frontera, dicen que no están dispuestos a navegar otra mudanza. Mi joroba preocupada, ha desaparecido. Mi cuello da transito libre a lo que el miedo en mis riñones anidaba, ahí hay palabras, salen. Ahí estaba la gramática de mis miedos construidos en el terror de ser mujer migrante en México y Estados Unidos. Mi útero sobrevivió la menopausia, la última pesadilla que tuvo, estaba embarazado. Al despertar, vi a mi vientre sin rastros extranjeros. Mis manos están completas, sobrevivieron la metáfora sangrienta de la mutilación. Mis pies son ligeros, y por alguna razón que no logro ver, decidieron pausar mi huella digital, se alejaron de las redes sociales, tal vez para entrar a las redes más educativas y menos sociales. Mi cabello ha crecido al igual que mis uñas y mi comprensión sobre la unión entre la vida y la muerte. Mis ojos en el cielo de Miramar, esperando que las nubes de Tampico lleguen a Monterrey y desaten la lluvia, llenen la presa y terminen la escasez de agua. Acabo de recibir la noticia de que la lluvia va a Monclova. La semana pasada, La SEDENA desvió las nubes de Miramar para que llegaran a Monterrey. La lluvia va conmigo. Como manzanas en la carretera. Me encanta viajar en camión por México, los autobuses son cómodos, duermo plácidamente, aunque a lo lejos está la inquietud de la posibilidad trágica, nada me quita el sueño. He vuelto a probar el alimento de mi madre, la paz, la ternura, la intelectualidad de la Señora. *** “Nunca comas alimentos que no sepas pronunciar” Decía mi madre. Llevo dos meses alimentándome con el maíz, los frijoles, la fruta y la verdura de tierras mexicanas. La digestión por saber pronunciar lo que como, es mejor. Cuando llegué a Estados Unidos a los 22 años, no sabía inglés, así es que, las primeras palabras que aprendí giraron en torno a los granos, las frutas y las verduras. Después conocí palabrotas y comidas enlatadas, alimentos dietéticos y la alteración de mis ideas. Los químicos que se emplean para conservar los alimentos, son impronunciables, infames, alejan a los órganos del alma para colocarlos en discursos externos. En Estados Unidos, desarrolle el cuerpo de la trabajadora, lista para brincar de la cama al sonido de la alarma, manejar el auto de pagos, seguros y rentas excesivas. Lista para reproducir en la enseñanza el sistema del “progreso” y las pedagogías del buen decir. Estados Unidos perdió el alma, mi yo descorazonado y mi cabeza, sirvieron al propósito del imperio. En varias ocasiones me soñé con la cabeza grande, recostada en una camilla metálica, y seres que inyectaban mi cerebro. Llegué a creer que pertenecía a los extraterrestres de Roswell, con esa cabeza escribí mis primeras aventuras cósmicas. Entré en razón y al doctorado, los extraterrestres se fueron; reinicia mi vida más terrícola que nunca. Comía carne, tomaba vino tinto, fui cínica en el amor romántico. Leía a raudales, escribí artículos académicos, relatos y novelas que todavía guardo en mis archivos de mi Mac en una bodega de El Paso, Tex. Suerte la mía que, en años recientes, una Millenial dijo haber soñado a la cabezona extraterrestre, la vio a punto de morir. La revelación de la Millenial llegó después de que el Covid y el ciberacoso entró a mi cuerpo, o sea, ¿esos bichos entraron a tomar el agua que me sobraba en el cerebro? No lo sé. ¡Espíritus sedientos! Y pensando que me hacían un mal, resultaron hacerme el bien. “Los enemigos son un tesoro” Dice el budismo. Pero yo no bailo con la política de la enemiga. Neta, no. Medio entendí aquello que decía mi mama, la Señora intelectual, “cuida, mide tus palabras”. Y yo por llevarle la contra, jamás he cuidado el lenguaje, ni las políticas, ni la diplomacia. Bueno, el lenguaje del corazón, lo cuido. Recuerdo que cada vez que salía de mi tierra natal rumbo a la frontera Ciudad Juárez, luego a Estados Unidos, le prometía a mi madre regresar a vivir a Monclova, no lo hice. Mi madre murió en el 2016 y yo seguí migrando. Ya comprendí que mi madre no estará en casa cuando llegue de Monterrey a Monclova; sin embrago, quiero seguir mi camino hacia ella para estacionarme temporalmente en la promesa de volver. ¿Regresar a dónde? Al presente. A la verdad del pasado, a las razones que me arrojaron migrar de mi ciudad natal. A la verdad velada por las ilusiones. Mi madre no estará en casa, pero está en mi cuerpo, es bien sencillo, ahora lo veo. Tuve que asistir a su funeral, a un sinfín de retiros de silencio y colores tibetanos. Tuve que pasar por varias graduaciones, psicólogas, lecturas, para enterarme que no necesito rituales, ni terapias para sentirme en el cuerpo, para aterrizar en la belleza de respirar y agradecer que ella haya sido mi madre y que cualquier verdad que descubra, ella seguiría siendo mi madre. Tengo la opción de recrearla a mi antojo, al igual que a mi padre; el, ella son míos, seguirán siendo mi hogar. Cada vez que volvía a Monclova encontraba la casa de mi madre embellecida; el limón del patio a todo lo que da, listo para exprimir sus frutos en los caldos. Yo veía que el naranjo, la higuera, la parra, el aguacate de mi infancia seguían dando frutos. Las flores no se escondían. Y Monclova, a pesar de la contaminación y las enfermedades que Altos Hornos sigue dejando. Monclova, se defendía, aferrada al mote, Monclovita La Bella. A pesar de gozar del privilegio de tener a mis padres, cama segura donde dormir y hasta la posibilidad de empleo, yo decidía migrar, decidí irme a la aventura de ganar, de ser mujer migrante, viajera. A través del tiempo y sin detectar el momento exacto, me convertí en la visitante de mi casa, mi ciudad. Me convertí en la visitante de mi identidad. Me aleje de Hildita, la que vio que sacrificaban cerdos, sin remedio. “En la vida hay que crecer, madurar” Dicen. Crecer es abandonar la casa de los padres para formar otra casa y convertirse en madre, en mi cultura monclovense, a eso le llaman madurar. Madurar es ir con cuidado, desconfiar, es defenderse y estar en guerra permanente para ganar las batallas sistemáticas de otros. Madurar es aprender a odiar para que no te la vuelvan a hacer. Madurar es definir edades conforme al tiempo lineal, permanecer en la perpetua inocencia de la depilación, la pureza del lenguaje y las formas. Para mí, madurar significa otra cosa, maduran las frutas, y es cuando te las puedes comer. En Monterrey comen lo inmaduro, les encanta el cabrito y el lechón. Yo no quiero madurar porque lo que seguiría es podrirme en los rituales que me deshumanizan. La segunda muerte. Eso es madurar. La muerte del alma. *** Contrario a lo que se suele decir de las despedidas, mis despedidas de Monclova, eran entusiastas y felices, amaba mi vida transfronteriza. Amaba lo que había formado en la frontera entre mi trabajo y mis estudios, entre la feroz violencia hacia las mujeres y lesbianas de Ciudad Juárez. En el trayecto de Monclova a Monterrey, pedazos de mi identidad iba cayendo, yo solo llegaba a tomar el avión Monterrey-Ciudad Juárez. Mi identidad era otra, mi historia salió de mis manos ¿Por qué? Es hasta este día, hoy, que comprendo las razones de mi constante migración. Dos razones me corrieron de mi espacio natal: la misoginia y la homofobia. Durante muchos años viví engañada, pensé haber emigrado a Estados Unidos debido a razones económicas. Pensé que lo que me impulsaba a tomar el autobús de Monclova a Monterrey y luego ir directo al aeropuerto sin visitar a las regias, se debía a motivos de pobreza. En Monclova no hay gas natural, y el agua solo llega durante cierto periodo del tiempo al día. Tenemos tanques de gas, cisternas y tinacos, así es que, en casa, hay agua todo el día. Veía a Monclova reproducir sin cansancio la orden de la matrix, cásate, ten hijos, ve a la iglesia los domingos, prepara lonche a tu esposo cada mañana, da al país buenos ciudadanos; déjate enfermar el cuerpo, come tortillas de harina, toma Coca Cola; llora porque tus hijos te van a hacer lo mismo que le hiciste a tus padres, exactamente lo mismo, y es ahí cuando habrás aprendido las lecciones. Solo con los vástagos las cuentas se van a ajustar, vas a vivir entre la culpa y la vergüenza de haber desobedecido. Lo siento por aquellas que anhelaron desde el fondo de su odio, desaparecerme. ¿Quiénes son aquellas? todas esas que me habitaron y a quienes habité en el complejo veneno de la representación femenina mexicana. Las conservadoras, adoratrices del dios castigador y el pene. Las envidiosas. Las que meten el cambio en la tercera, aceleran y piensan que han ganado al atropellar. Todas esas han salido disparadas de mi alma, no tengo tiempo para ustedes, lo siento. Se han ido. Tuvo que llegar este verano del 2022, varias desilusiones y fracasos para que yo viera distinto. Tuve que dejar de renegar por mi pasado y dar entrada al “viejo”, vino a poner en funciones mi alma y el amor romántico presente. No temo usar la palabra alma. Ni temo volverme a enamorar. Ni temo pasar mi filtro feminista a las canciones noventeras.

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