Retorno de Electra de Enriqueta Ochoa

Retorno de Electra de Enriqueta Ochoa I Para poderte hablar así, de frente, tuve que echarme toda una vida a llorar sobre tus huesos. Tuve que desandar lo caminado desnudando la piel de mi conciencia. Para poderte hablar tuve que volver a llenarme de aire los pulmones. Y cuidar que no se me encogieran las palabras, el corazón, los ojos, porque aún se me deshacen de agua si te nombro. Ya me creció la voz. padre, patriarca, viejo de barba azul y ojos de plomo. Ya te puedo contar lo que ha pasado desde que te fuiste. Con tu muerte se quebrantaron todos los cimientos. No me atreví a buscar porque no habría un roble con tu sombra y tu medida que me cubriera de la llaga de sol en mi verano. Uní la sangre que me diste a otra sangre. Malherida, borré la sombra del sexo entre los hombres y me quedé vacía, a la intemperie. Y no pude decir hasta que se hizo carne de mi carne el amor lo que era hallar la propia sombra, entregándose. Después quise ubicarte en mí, te pesé, te ultrajé, te lloré, medí tus actos, di vuelta atrás, y volví a caminar lo desandado. Por eso puedo hablarte ahora, así, porque entendí tu medida de gigante. II No podemos hacer nada con un muerto, padre. Se suda sangre, se retuerce el aullido tirado sobre las tumbas en un charco de culpa. Padre, yo soy Pedro y Santiago, el sable que doblado de sueño castró su espíritu en tu oración del huerto. Yo soy el viscoso miedo de Pedro que se escurrió en la sombra a la hora de tus merecimientos. Soy el martillo cayendo sobre tus clavos, el aire que no asistió al pulmón en agonía. Soy la que no compartió el dolor anticipado que se enclaustró a devorar su miedo, la hendidura irresponsable, la desbandada de apóstoles. Soy este pozo de noche en que se hunde la conciencia. Di, ¿qué se hace con un muerto, padre? Di, ¿cómo lavo estas llagas si todo queda inscrito en el tiempo y todo tiempo es memoria? III Colgábamos de ti como del racimo la uva. Cuando la muerte reblandeció el cogollo de tu fuerza, presentimos el vértigo de altura y la caída. Uno a uno, en relación directa a la pesantez de tu esencia, descendimos. Bajo anónimas pisadas me vi saltar la pulpa, sorprendida. Y no era orgía de vendimia ni enervación de culto. Fue ser la sangre a la sed de todos los caminos, dejar la piel desprendida entre un enjambre de alambradas. Ahora, para afirmar la talla con que tu amor me hizo sólo queda una espina: la palabra. IV Perdón, hermanos, porque no alcanzo a verlos ahogada como estoy en mi hoyo de pequeñas miserias. ¡Mentira que deseo morir! Antes quisiera conocerlos sin mi lente deforme. Quizá los amaría tanto o más de lo que estoy amando a mi lastre de lágrimas en este viaje de niebla. V Padre, no puedo amar a nadie. A nada que no sea este fuego de sucia conmiseración en que se consume mi lengua. Quiero otro aire. Otro paisaje que no sean los muros de mi cuerpo. Emparedada, desconozco el resplandor del centro y la desnudez de la periferia. Voy a abrir brecha hacia los dos caminos y quizá quede atrás la trampa de la vieja noria.

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