Victima de mis ideas
Dice Damcho, monja budista, que las emociones no son irracionales, que tienen su propia lógica. Claro, justificadamente, vamos por el mundo iracundas por esto o aquello. El vacío que siento al no haber sido madre navega los cuatro mares, buscando un lugar donde asentarse, un espacio que lo contenga. Ese vacío, que toma la forma de algo tan humano, tan frágil, tan pequeño, lo llamamos embrión, luego feto, y al nacer, lo llamamos bebé.
“No seré feliz si no soy madre.” Cuánto dolor encierra esa frase. Cuánto sufrimiento podría evitar si simplemente me desapegara de esta identidad, si permitiera que el ser fluya sin el peso de los nombres, sin las etiquetas que nos atan a deseos que quizás ni siquiera son nuestros. Pero aquí estoy, atrapada en esta telaraña de ideas que he tejido, víctima de las narrativas que he dejado crecer en mi interior.
Entonces recuerdo... Kosmic Feminism. Ese eco que viene desde el vientre mismo de la tierra, de las mujeres que, como yo, han buscado respuestas más allá de lo tangible, más allá del útero. Mujeres cósmicas, chamanas de otras realidades, que también han sentido el dolor de lo no nacido, lo que nunca llegó a ser, pero que en su silencio crearon mundos, transformaron destinos.
Me pregunto si este vacío es parte de una narrativa mayor, una que trasciende la maternidad física y se adentra en la creación de algo más. ¿Acaso no es esa la esencia de Escritura Crítica Orgánica? Reescribir nuestras vidas, nuestros cuerpos, nuestras historias, más allá de lo que se nos ha impuesto.
El dolor sigue presente, sí, pero empieza a mutar. Se vuelve menos una herida abierta y más una semilla de algo por venir. Me doy cuenta de que la maternidad que anhelo quizá no tenga que ver con el acto físico de dar a luz, sino con la capacidad de crear, de nutrir, de sostener a otros seres, a otras ideas, a otros futuros.
Es en este espacio donde Kosmic Feminism y mi propia sanación se encuentran. Donde el vacío deja de ser una pérdida y se convierte en posibilidad. Y mientras navego estas aguas, veo que las identidades que me han definido —madre, no-madre— se diluyen, se transforman en algo más etéreo, más fluido. Como una serpiente que muda de piel, me despojo de las viejas ideas, dejando espacio para lo que está por nacer, dentro y fuera de mí.
El budismo me recuerda que el apego es el origen del sufrimiento. Pero quizás, al abrazar este vacío, al dejar de huir de él, puedo finalmente encontrar una nueva forma de ser madre. Una madre de ideas, de luchas, de sueños que no necesitan un cuerpo físico para existir. Una maternidad que se expande más allá del vientre, hacia la palabra, hacia la acción, hacia la creación de un nuevo orden cósmico.