Dual
Gurú:
Años después
el diálogo te es devuelto. Te explicas perfectamente. No hay mensajes
pacifistas en ti, se agotaron. Has comprendido que la carroña tiene derecho a
existir. El maestro te lo advertía entre besos, ¿recuerdas? Tu cuerpo en clase
se contoneaba constante. Tus ojos se escurrían para no enterarte de ti misma,
habías enloquecido de dolor, lo sé. La capacidad de desdoblamiento fue la que
te salvó en varias ocasiones. Gracias a sus constantes separaciones del cuerpo
pudo Ud encontrar el camino hacia el río. No sabe cuánto la respeto pero antes
tendrás que enterarte de lo que habías negado. El arroyo fue testigo de sus
imágenes, desfilaron lentamente. Sus manos, el maestro, las víboras, el
pantano, el salón de clase, tu gemela, la carta, el perro, las cadenas. Estabas
aterrada cuando recién te descubriste, la culpa te asfixiaba. Tus manos
alucinaban blancura. El reflejo en el arroyo la obligó a recordar su época de
aprendizaje, la universidad. Los fríos planes de vestir el escote y la falda,
tu sonrisa seductora, el maquillaje discreto que sólo él notaría. Cruzabas las
piernas, revelabas la rodilla que inició tus atractivos y las revueltas.
Revoloteabas los dedos de los pies mientras el maestro bajaba los ojos
recorriendo tus piernas. Él estancó los pensamientos en el piso, cavilaba en la
sombra producto de la luz y tus zapatos abiertos. Algo te seguía, era un cuerpo
sutil, desaparecía la luz. Eras obstinada, tu terquedad por aprehender el conocimiento del
maestro se notaba hasta las últimas filas. El sueño de la razón produce
monstruos. Aceptaste temblorosa el enamoramiento. Ibas directo a la
infidelidad, estabas comprometida, ¿lo olvidaste? Tú elegiste desprender la
otra presencia, ignorarla, olía mal. La soltaste, y ella deambuló entre tus
oraciones matutinas. Tu rostro casi infantil lo podía lograr todo menos
confundirlo. Tú embellecías en la pereza que arrastró tus pies hasta recostarte
en la butaca. Roncabas, dormías en clase. Hablabas sin sentido.
Apretabas la mano derecha sobre tus labios, y tu sombra emergía por la nuca,
reposaba atrás, luego intentaba regresar pero tus rezos la espantaban. Tú no lo
notabas, asumías que tus participaciones eran lúcidas, certeras. Pobre de ti,
no te conocías ni un ápice. Solías imitar, te daba pavor verte dentro. El
maestro lo sabía, subió sus ojos desde el piso hasta tu frente, la sombra
cambió de lugar, huyó de la cordura, se instaló en el marco de la puerta. El
maestro advertía a la clase tener cuidado con el empleo de la segunda persona,
-puedes enloquecer en cuanto te enteres de tus alcances- dijo. Él trabajaba con
presos, eso te atraía, irremediablemente te atraía. El maestro lo notó. Le
pidió a la mujer de la última butaca pasar al pizarrón, era igualita a ti.
Tuviste celos del llamado a participar. La joven cruzó el salón volando hacia
la pizarra, silbó incitándote a la guerra. Su fealdad te era familiar. A ti te
alegraba el hecho de que a tu gemela la habían encarcelado años atrás. Se lo
merecía por ladrona. La mujer en el pizarrón logró remover esos recuerdos,
desprendía indeseables realidades. Gozabas de una visión periférica
inigualable. Ahora ella, frente a todos, escribía tu realidad paralela entre
mórbidos ruidos de gis viejo, blanco. Regresaste a casa nublada. Esa noche los
nervios te traicionaron. Abriste la correspondencia decorada por el polvo.
Soplaste la carta de tu gemela, no te habías atrevido a abrirla en meses. Te
consoló extrañarla, alguna vez supiste de ella. Agradeciste sus palabras
encerradas en símbolos que a primera vista rechazabas. El compás del ruido del
gis escribiendo tus verdades despertó tus encadenados apetitos. La carta emitía
el perfume barato de Victoria Secrets, tu gemela lo había vaciado a propósito
en su carta. Tu espantosa, ilegible y vacía gemela que gritaba para darse a
entender. Tocaste cada letra de la carta. Te extraviaste entre tus anhelos
robados, la culpable era tu gemela, la responsabilizaste de tu ignorancia.
Arrojaste la carta. Luego la rompiste. Tu estadía en el salón de las
enseñanzas fue mero deseo de venganza. No se trataba de sexo, ni seducción
mucho menos amor. Odiaste leer esa parte. Ella no se explica. Tiene el
poder de confundirte, sólo a ti. Lo hace ahora ¿No comprendes? Sigue leyendo.
Vuelve a leer las hojas dedicadas a ti, en esta ocasión usa el segundo del
singular en futuro para conjugar los verbos. De ahora en adelante versa la
probabilidad, emplearás tu imaginación en el saber, veremos si te aclaras.
Idiota. Caminarás a la dirección que te ordene, irás a casa añorando “éso” pero
no sabes qué es, sentirás rencor y ni el sol podrá sosegarte. Reposarás la
cabeza en tu almohada es tu única oportunidad de escapar. Soñarás, verás a la
mujer fanática, ratera, vengativa, envidiosa. Verás en retrospectiva. No
encuentras al maestro. Lograste amarrarlo. Tus manos estarán adormecidas,
sientes el cuerpo atado. Entonces comprenderás, habrás subido un escalón en la
sabiduría. Todo lo que le haces a los demás te lo haces a ti misma. Lees.
Sueltas la rigidez, la salamería, el coqueteo, la argolla de matrimonio que le
perteneció a tu gemela. El maestro mueve la mano en señal de despedida. Te
muestra la sombra, la vierte en tu rostro. Cuando iba a clase gustabas de
gorros. Tu mano derecha espera que la capucha izquierda se abra sigilosa.
Cierras los ojos de víbora, los depositas en el cesto de basura que se
encuentra en la salida del salón. Caminas sin prisa. Darás el siguiente paso
por ti misma, segura. Has descubierto “éso” que iba aferrado a ti. Continuarás
caminando sin rumbo aparente, desasosiego. El arroyo te arrollará a
las trasmutaciones. La pesadilla continúa. Notas que el agua no fluye,
intentarás cruzar, el lodo negro te lo impide. Tus pies se estancarán, tus dedos
ya no bailan. Poco a poco tus piernas pierden fuerza, gritarás pero nadie
estará ahí para auxiliarte. Te habrán atrapado, la hora del juicio estará en su
punto. Tu gemela ha sido liberada. La soltarás. Ya no estará en la última fila
observándote, la venganza se materializa, el ciclo está por concluirse. Otros deseos
vendrán en camino pero a nadie le
importan. Gritas desesperada. Despertarás. Intentarás interpretar tu sueño.
Nada te convence. Te las ingeniarás para trascender tu dualidad, sola. Te
conviene emular a una cobra, abrir tus capuchas. Cuidado, no te vaya a consumir
tu propio veneno, juega, experimenta, y da la cara. Las serpientes se
arremolinan en tu cama, el perro de lengua negra las saborea. Está interesado
en la cobra color guinda, la que abre las capuchas y amenaza con seguir
festejando. Ladridos la ahuyentan, Rokó, el perro le arranca la cabeza. La
cobra venenosa ha dejado de existir. El perro te salvó de ti misma. El maestro
te es devuelto, pone la argolla en su lugar, articulas perfecto y "éso"
abre el candado de las cadenas, te reúne con tu gemela, dos años después la
gloria está, es tuya y el espejo con el cual estuviste hablando este tiempo se
ha roto. Ha comprendido que reflejarse es parte del pasado, el tránsito dentro
del cuerpo de la serpiente culmina arrojando a la mujer que expulsa su libro,
el fondo es amarillo, las aves festejan, al final el árbol de la ciencia
siempre estuvo ahí, tú y la gemela son la misma; eres dual, siempre lo fuiste.