Pensamientos sueltos sobre mi madre
Re escribiendo mis heridas, mi madre
¿Qué puedo hacer con un corazón vacío? Hace varios años soñé a mi madre, vi claro mi mano traspasando su pecho, ella estaba serena. Desperté aliviada pense que aquello era solo una pesadilla; y nada, a partir de entonces, mi madre empezó a desarrollar agrandamiento de corazón y yo opresión en el pecho debido a la depresión y al reflujo por haber tragado tanta pena.
Las cosas del corazón no van en orden. El corazón no se deja controlar, ni manipular, es libre, late, sabe de sus huellas.
El corazón herido, camina despacio, como la serpiente, fría se muda debajo de la tierra, repta para no morir. Camina lento, se redefine, dice que no siente, piensa que está en otra parte. Busca causas que lo enciendan, busca en qué confiar, creer. Busca. Busca. Lo encuentran. Lo redefinen. Le mandan cartas. Lo intervienen. No muere.
Hace varias semanas atendí un retiro budista, ahí tuve la certeza de que mi único retiro durante toda mi vida habían sido mis padres. Regresar a mi hogar de la infancia me re estructura tanto y tan bien que no tuve necesidad de formar mi propio hogar con esposo, hijos, perritos y casa. Mientras ella y él vivían, pasé mis años experimentando a desarrollar mi autonomía femenina, no tenía vigías severas, al menos eso creía. Ejercí la libertad a lo mejor de mi entendimiento. Fui muy muy feliz; desconectada del cuerpo, diseñando sueños en la ciudad más peligrosa del mundo, Ciudad Juárez, la ciudad enfurecida. Fui feliz portando el velo azul que mi madre, su abuela, la bisabuela y todas las anteriores teníamos. Ese velo textual que se pega al cuerpo, empieza en la piel, entran por las cinco consciencias, los sentidos, se queda vigilante. Ese velo terminó por aburrirme. El velo de la vigía patriarcal, la cuidadora del orden.
Arrepentida por ratos, arrepentida de tanto placer al estudiar, trabajar, enfiestarme. Al ver a mi madre preocupada por la vida y las vidas enteras. Preocupada hasta por lo sucedido a kilómetros de distancia de donde ella vivía. Ella preocupada. Yo aburrida. No atinaba por donde regresar a la escritura creativa sin que la tristeza rancia me aborda al primer intento.
Empecé a escribir cuando aborté y vi mi sueño hogar desmoronarse.
Dejé de escribir cuando mi madre murió. Falleció el 01/29/2016. Yo estaba lejos pero mis hermanas y hermanos estaban con ella. Platicaron que llevaba días sintiéndose mal. Lo sé, estuve con ella varias semanas antes de su partida. Antes de su fallecimiento tuve el tino de ir a visitarla y quedarme más tiempo del acostumbrado, solía visitarla una o dos veces por año, durante las vacaciones de verano e inverno. Recuerdo compartir mi corazonada con el entonces esposo. Le dije que iría a Monclova a visitarla y allá pasaría Navidad y el año nuevo. El tipo se molestó, fabricó una historia de abandono que lo llevó a meter su siguiente tipeja a nuestra casa, su amante en turno. El urgido, le dicen.
Pero este escrito es sobre mi madre, no se trata de impostoras.
Mi mami nació en Los Azules Chihuahua, un centro minero. Mi papá trabajaba en este campo ahí, nos construyó una casa de madera, tenía jornadas de 12 horas. Cuando los gringos se fueron porque ya se había llenado las bolsas de oro y plata, tuvimos que mudarnos a Providencia, íbamos en carretas. Nos robaron la madera y desde entonces yo he sufrido eso de los saqueos. Desde entonces, tuvimos que salir de la casa que papá nos había montado, ¡rateros de la fregada!
Decía mi madre
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Ejercicios para sanar
Una amiga me recomendó sentarme frente a una silla y hacerla de mamá e hija; moverme hacia la silla, luego regresar. Al principio pensé que eso era locura, pero no. Lo hice y esto fue lo que pasó
Hija: Mamá, quiero pedirte perdón
Mamá: Perdón de qué, ya todo pasó
Hija: Del robo de la madera, fue un saqueo de su propia casa. Sé que desde entonces traes ese pesar, lo sé porque a mí me han saqueado. Fíjate cuando fue la guerra contra el narcotráfico en Ciudad Juárez, tuve que salirme de mi casa, años después regresé, la habían destruido. Saqué mi dinero del retiro, diez años de trabajo docente, usé el dinero para reconstruir mi casa. Ahora mi hermana la habita, nos la quiere quitar otra vez, mamá, ¿qué es todo esto?
Dejemos ir el robo, mamá, no vivas en el pasado, ven acá, somos tus hijas con casas lujosas, esposos o esposas bellas y felicidad desbordante que repartimos por donde caminamos.
Mamá: Nada de dejar ir el robo, hay que exigir justicia. Busca la justicia, llegó.
Hija: Mamá, quiero pedirte perdón porque me has hecho muy bondadosa y sentimental y eso no funciona en este mundo. Me han visto la cara de pendeja muchas veces, como te la vieron a ti, ¿verdad?
Mamá: Nada que perdonar. No reconozco eso de pendeja, porque es a través de los sentimientos que se llega a la verdad. Lo que sentí e hice fue correcto, ya pasó. Ahora tú, con el cuerpo que tienes, la vida, estás ejerciendo justicia. Vive el presente.
Hija: Mamá, después de tu partida te busqué, volviste dos veces a mis sueños. Estabas confundida. Te dejé ir a que resolvieras tus asuntos, me perdí de tu vista porque era muy imponente, tu vista, mamá, tu mirada. Yo solo quería ser lo que tu dijiste que fuera. Y aunque pareciera que nunca te obedecí en vida, ahora sé que regresar a ti es todo lo que quiero porque necesito que sonrías de mis tonterías, libertades. Libertinajes como les decías, quiero que me llames Pedro libre, ahí vas de Pedro libre. Quiero que me digas que cuando hablo inglés sueno como pajarito. Las aves se dejan ir y luego regresan al nido, tú siempre regresas a mí, hija . Decías.
Mamá, quiero contarte que en Chihuahua, las feministas se subieron desnudas al monumento del centro, ese donde una vez fuimos a comer chilindrinas con la tía Angelita, el de la calle Universidad, donde está el monumento a Pancho Villa.
Mi hermana fue la primer maestra de Parral. Decías orgullosa. Y yo fui maestra durante décadas porque te quería agradar, quería que tú y mi tía se sintieran orgullosas de mí.
Mamá: Hija. Antes de morir yo estaba harta. Harta de la vida. Harta de todas ustedes. Harta de la rutina. Harta de tantos hijos, pobreza, abusos. Harta de haber perdido a mi mamá cuando apenas tenía doce años. Ese fue mi primer saqueo, ¿por qué perdí a mi madre siendo tan niña? Alguien me dijo que mamá era una estrella, entonces, yo me ponía el mejor vestido, a diario, por la noche, y salía a la luz de la luna a que me viera. Soy una estrella. Fue lo primero que escuché cuando me estaba marchando de aquí.
Hija: La abuela murió porque no había servicios médicos que la atendieran. Sus ataques epilépticos pudieron haberse controlado muy bien con la mariguana y me dices que eso hacía, se ponía friegas en el cuerpo. No tenían atención médica ni para los partos. La tía murió de parto y tuviste que hacerte cargo de sus hijos cuando apenas tenías 13 años. Cuando yo supe tu historia te empecé a decir chiquita mamá. Me sonreías con todos esos dientes postizos. No sabes cuánto lloré cuando te fuiste, dicen que según la muerte es el duelo, y pues tú eras bien intensa, intensa.
Mamá: Lo sé, hija, lo sé. Vi todo. Vi cuando lloraban. Quise regresar pero ya no pude. Mi tiempo había terminado. Cuando entré al cielo. No había hombres. No era cielo, una especie de realidad que yo había creado hace mucho.
Hija: Me duele el cuerpo al escribir esto. Ya quiero terminar esta escritura. No es fácil re escribirte el corazón. Me duelen los brazos. La espalda. Te quiero contar que he terminado otra relación de amor. Ahora fue con una mujer. Es imposible, yo nací para todos y todas. Soy del universo. Sé que estoy a punto de envejecer o tal vez a punto de cambiar mi rumbo. Este momento no volverá. Yo no quiero someterme a la tortura de re escribir tu corazón porque tu corazón fue escrito, por ti, tus dioses y diosas. Regresaré a cambiar el título, pondré redefiniendo mi corazón, algo así. Te cuento que mi relación de amor con mujer, no funcionó. Era demasiado feliz para ser verdad. Eso no existe. La felicidad es rara. No me he soltado de tus manos, madre. Déjame ir. No tengas miedo a ser feliz.
Mamá: Te acuerdas cuando te dije, siempre sí están buenos tus cuentitos. Eres buena para hacer cuentos, novelas y no sé que tanto más vayan a inventar. Puras ideas. Ideas puras, eso eres. Te digo que mi cuerpo se descompuso. Ya no fui a la tumba porque estaba muy entretenida en cada una de ustedes. En realidad no existo si no me inventan cada día que me recuerdas. La memoria es lo único que existe, si es que algo existe. Si me recuerdas, regreso. Por eso te duele el cuerpo cuando me recuerdas. Yo lo tuve cortado todo el tiempo. Enferma. Embrazada. Pobre. Aquí en la escritura casi nadie habla de la pobreza y las orillas. Escriban de eso. Yo vivía a las orillas de todo. Escriban de la extrema pobreza. No de esa pobreza europea que hasta bonita la ponen. Hablen de la crudeza de tener que mantener 9 hijos y que no exista atención médica. Que hayamos vivido de ilusiones, intentando fabricar cielos de refugios e historias de hogares que se nos fueron acabando. Hablen de la ausencia de justicia hacia el cuerpo. Hablen hasta lo más profundo para que se invente otra forma de concebir. Hablen de la caída de los dientes porque no hay suficiente calcio que consumir y muchos, muchos hijos que amamantar. Habla, hija, habla de lo jodido. Habla de los bordes, la periferia. Quítate el velo. No tengas miedo a que te juzguen de amargada. Di. Grita que estuve soñando con liberarme, estudiar, diles que yo quería ser diseñadora de ropa. Yo quería casarme con el rico del pueblo, el hijo del dueño de las minas de oro. Él me amaba y no sucedió así. No. Yo solo quería tener tres hijos porque para allá iba el estilo. Me dejé
Hija: Mamá.
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Yo la arrepentida. Jamás me arrepentiré de los pasos que tomé aquel fin de año del 2015. A veces me pregunto los hubiera, y las respuestas son tristes. Por ejemplo, si hubiera escuchado a el urgido de no irme a ver a mi mamá, no hubiera compartido con ella las últimas semanas de su vida. Si hubiera obedecido a el urgido, no hubiera decidido terminar nuestra relación. Mi mamá hubiera fallecido de cualquier forma y yo me hubiera quedado con el ex novio maniacodepresivo, la idea me paraliza y no me interesa involucrarme con los urgidos, aquellos hombres que usan a las mujeres para resolver su necesidad primitiva de mamar y meterla.
Durante mi estadía con mi madre intenté regresarle un poco sus cuidados, especialmente los matutinos.
Mi mamá tuvo 11 embarazos, nueve se lograron, somos dos hombres y siete mujeres. Soy mujer pero también soy hombre, los roles de género me hacen los mandados. Vi que a mi madre también el rol se le fugó cuando murió mi padre, yo tendía a asociar la fortaleza con la masculinidad y mi madre fue los dos cuando el padre murió.
Cuando mi padre falleció, la vi rejuvenecer y mandar más de lo normal. Supe que mi padre se había quedado en ella. Lo vi claro. Dice que según el vivo es el duelo, y sí, lo creo. La fuerza de nuestra persona nos sigue más allá. Siento que cuando fallecemos no nos vamos del todo. En realidad nos quedamos en los cuerpos de las personas que más amamos. Los duelos son distintos. Mi padre era entusiasta, alegre, sabía de la temporalidad, nada dura para siempre; cuando él partió yo no sufrí lo indecible, estaba segura de su presencia y por varios así fue. Hasta que una noche mi hermana menor lo soñó que venía a despedirse, ya no lo he vuelto a ver.
Mi madre en cambio, lo tuvo a su lado siempre, solía tener la misma rutina que cuando mi padre estaba vivo, despertaba a las 4am a regar el jardín, luego a la cocina a siempre tener algo de comida en la estufa.
A pesar de la escases económica que se da en familias numerosas, ella se las ingeniaba para mandarnos a la escuela con el estómago lleno.
Así es que, cada mañana antes de su fallecimiento le preparé su desayuno: avena con manzana, pasas y nuez. Me preguntaba todo de mi vida, por primera vez vi que me veía con atención; siendo madre de nueve no podía esperar que se fijara todo el tiempo en mí. Le causaba risa saber los pasos de el urgido, en ningún momento me aconsejó obedecer al marido o me llenó de advertencias negras o me sugirió que volviera a casa con él, -oiga, su hija no me hace caso- Le dijo el urgido a mi madre. -Si no me hace caso a mí, usted qué se cree- . Mi madre le respondió
Yo solté la carcajada cuando escuché el diálogo entre el urgido y mi madre. Él solo atinó a sonreír, tragó saliva y se marchó con su veneno manipulador.
Mi madre solía apoyar mis decisiones, tu papá y yo pudimos darte todo hasta aquí, si quieres seguir estudiando tienes que trabajar. A los 18 años me instó a buscar mi independencia, cosa que agradezco.
***
Antes de partir me regaló dos comentarios que al recordarlos me llenan el alma, ¡que bonita te ves con el vestido rojo y siempre si están buenos tus cuentitos¡
Recuerdo haberle leído cuentos del Cielo sin machos, cuentos que mandé al concurso Voces al Sol y que no conforme con no ganar, lanzaron una nota donde decía que al concurso había llegado material de muy mala calidad. Sé quienes manejan ese evento, son misóginos a más no poder. Es Ciudad Juárez y ustedes, amables lectoras, sabrán que en esa ciudad es la cuna del feminicidio. Ni para donde darle cuando eres mujer. Las pocas escritoras que ahí circulan buscan afanosas la aprobación de los hombres, los buscan para salvarlos de las “lagartonas” que los han denunciado, o para pedirles el favorcito del comentario o la edición de sus escritos. El colmo es que últimamente están ganando concursos de temas feministas, claro, acompañados de sus alter egos (las mujeres que odian a las mujeres).
Texto actualizado a octubre del 2022: Ah y organizan eventos literarios donde no encuentran una mesa para ponerme a dialogar, claro, gracias, no hay dialogo con Ciudad Juarez en este momento en mi vida. No hay tal cosa. Gracias por la sesiblidad. Gracias por la eterna borradura. Al rato vuelvo desde donde tenga que volver.
Volviendo a mi madre:
-¿Así le vas a llamar a la colección de cuentos? ¿Cielo sin machos?-
– Sí, sí-
Y reía grueso como suelen hacerlo las mujeres chihuahuenses, sarcásticas sin remedio.
-Mira, Chiquita Mamá, cuéntame de papá o de tus padres; yo puedo recontarte la historia para que no sufras, las cosas no son como las tienes en la memoria, sí las podemos cambiar.
Para entonces yo creía que la auto ficción se anidaba en una realidad paralela, en la memoria y que en algún momento o espacio tendría el poder de sanar hasta la herida más grave. Mi madre me contó asuntos graves, breves. La recuerdo más silenciosa que habladora. Es de la generación de mujeres mexicanas que las obligaron a guardar secretos, cualquier tema debería guardarse, ellas, las nacidas en los treintas son la caja fuerte, muy pocas hemos aprendido la combinación para abrirla y repartir la fortuna equitativamente. Ellas murieron pensando que las cosas así deberían ser. Sus misterios son palabras, códigos que podrían resolverse para generar nuevas formas de relacionarnos. Mi madre recordó que mi padre se ausentaba y que en una ocasión entró a una cueva solo convivía con los Tarahumaras, la comunidad rarámuri de Chihuahua.
-Papá era amoroso, nos dio sobre aceptación. No lo recuerdo violento.
Después de que mi madre me contó la odisea de la cueva donde estuvo mi padre, reescribí la historia, al cuento lo titulé, La cueva. La siguiente mañana leí mi escrito, cuando terminé el cuento, dijo, siempre sí están buenos tus cuentitos.
Su frase fue una especie de premio literario. No tenía títulos académicos, pero le gustaba leer. Ella y mi padre leían los periódicos a diario, al principio leía libros religiosos, poco a poco los fue sustituyendo por instructivos, luego motivacionales, nueva era; después novelas y en fin, leía cuanto escrito le caía en las manos y en cuanto tuviera algo de tiempo. En mi casa circulaba todo tipo de literatura, éramos la multitud asistiendo a la escuela, leyendo los libros de texto gratuitos, ávidos de aprendizaje.
Crecimos en la periferia, en Monclova Coahuila; hasta ahí nos llegó la Enciclopedia Británica, mi madre no dudó, se endeudó y hasta la fecha recuerdo que de esa enciclopedia, las revistas y el contacto con la naturaleza, nació mi amor por la fauna salvaje, la magia, los juegos de la mente entre los trucos del mago, las historietas de Kaliman, la bruja … .
Me impresionaba ver a mi madre tratar a las víboras, las tarántulas, las vinagretas, los mosquitos, los trataba con acidez y defensa, ella debería proteger a sus hijxs. Tenía la puntería exacta, en una ocasión lanzó una piedra a una tarántula gigante, espera, espera, no te muevas, no hagan ruido. Se escucho el golpe a la pared, pudimos continuar jugando a salvo. Esa capacidad de moverse hábil, ágil, esa misma capacidad que no le alcanzó para resolver su enfermedad, por qué me pasó esto a mí, porqué, tengo mucho tiempo enferma y no sé de qué.
Se mortificaba al saberse débil, ella debería estar completa, entera para sus hijxs. No tenía amigas, ni vida social fuera de casa, apenas si asistió a la iglesia mormona los domingos, se apuraba para regresar a continuar con tantas labores de casa, ella confeccionaba o remedaba nuestras y sus ropas. Su casa la mantenía impecable y yo la quiero alcanzar en ese y otros sentidos pero debo comprender que mi historia es otra, debo entender que salí de su vientre hace muchos años, como ella salió del vientre de su madre, y su madre de la bisabuela Tarahumara. A veces siento que no hemos terminado de salir. Regresamos al vientre cada vez que nos agobia la vida, la metáfora es regresar a su casa, a visitarlas, claro. Pero cuando ya no están, ¿a dónde vas? ¿A la tumba? ¿A los sueños? ¿A la memoria? ¿A otras mujeres de su edad? Ve al budismo, hijita ve. La soñé varios días después de su fallecimiento.
Desperté a media noche, llorando, me abracé, abracé lo que pude. Cerré los ojos, le supliqué verla. Ahí estaba, vestida de lama, caminando por distintos espacios en el mundo, viajaba. Luego una enorme ola nos regresaba al mar. Grité. Desperté. Caminé por la calle River en El Paso, TX, iba sin dirección fija. Busqué un centro budista, estaba a dos cuadras de mi departamento. La hora de la verdad había llegado, en la vida tienen que pasar cosas, hijita, por sacrificios se dan bendiciones, solo sufriendo aprendemos. Sus advertencias tomaban vida. Heme ahí, sufriendo la pena fiera por su ausencia. El azotamiento patriarcal me daba en la cara, en el corazón. Los siguientes meses fueron de re definición, depresión, meditación. No la puedo escribir sin escribirme. Quiero que ella me regale su voz. Llevo meses haciendo este ejercicio de escritura con la esperanza de volverla a ver en mis sueños, despertar y escribir lo que me dijo para así re escribir su corazón, el de ella, su vida. No la he soñado y estoy a punto de abortar este proyecto. Oh, no, no más abortos, no desde mi vientre. ABORTAR ES UN ACTO DE AMOR. DICEN. Y SÍ