Gurú
El día 29 de enero de 2016 fue el día más desgarrador de mi vida. Estaba supervisado en una escuela primaria en El Paso, Tx cuando sentí ganas de regresar a mi auto, gritaba -mamá, mamá, no- En repetidas ocasiones. Subí al auto llena de rabia inexplicable mientras el celular sonaba con mensajes que yo no quería leer. Un hombre se estacionó al lado derecho, solo me miró pero como yo tenía las ventanas herméticamente cerradas, él decidió caminar rumbo a la escuela. Lo odié, le dije que ellos representaban lo peor de nuestra especie, le grité que gracias a ellos las mujeres íbamos confundidas por la vida, intentando complacerlos hasta acomodarnos en un falso cascarón que nos aprisiona. El hombre no escuchó, desapareció entre mis lágrimas que nublaban mi vista, mi razón. Su mundo continuaba pero el mío se había paralizado, ¿por qué?.
A un año de la partida de mi madre, aprendí que el mundo no se detiene porque el mío esté en reconstrucción.
Decidí manejar sin rumbo, detuve el auto en un paraje desolado, escuchaba la despedida de mi madre, o la mía, escuchaba múltiples voces del llano del dolor. Vi el nombre de la calle donde estaba estacionada, Justicia. Entre las letras saltaba el horror de ser víctima de algo, ¿de qué? No lo sabía. Todas las voces que se colaban en mi espacio sufrían lo indecible. Mi madre se estaba despidiendo del mundo, desilusionada, y yo ahí. La esperanza se filtraba al saber a mi madre fuerte, grande, ella era mi gurú y solo bastaba unos cuantos días de su compañía para yo continuar segura, experimentando en la vida.
Ella soportaría el tubo prometedor de aliento, sobrevivirá, me repetía. Ese día, mi usual optimismo por la vida, sufriría alteración mayor. Compré boletos de avión rumbo a ella. Ella, cuya voz de aprobación siempre esperaba y la daba solo cuando había cumplido con la virtud, la belleza y la estética, de lo contrario solo me miraba cansada de la necedad humana.
Era complejo conseguir su calificación alta en la tareas pero no su amor incondicional, con su amor contaba a raudales. Confieso que me encantaba su risa, mezcla de alegría y sarcasmo, segura de impartir la lección adecuada pero ese día todos mis sistemas colapsaron, no alcancé a sacar de la memoria el recuerdo de su risa. Me quedé flotando para ocultar el dolor que latía en el centro del pecho. Horas más tarde el celular timbró, yo estaba acompañada de un amigo.
-Mamá decidió partir-
Dijo mi hermana menor. Mi amigo me miró, me dio un abrazo; me di cuenta que mi problema, mi dolor, no sería la mayor preocupación de mi amigo ni de nadie. A vuelta de año, tuve que aceptar que así son las cosas, si bien la empatía es necesaria no es obligatoria y que uno debe continuar circulando por una especie de pacto con la vida, con el latir.
Mi enojo era por la partida de mi madre y todo el cuerpo se rebelaba a acoplarse a la nueva realidad. Salí a reclamarle al sol, le pedí que me arropara porque el frío me calaba hondo. Conduje mi auto alejándome de mi amigo y el sol. Experimenté la soledad como nunca antes.
Al pasar los meses supe que algunas personas se alegraban por mi dolor.
¡No lo podía creer!
Mi nivel de desconfianza aumentó. Mi ex me había dejado. Mandó un diplomático mensaje diciendo que me llevaba en sus pensamientos. Odié el teatro y la verborrea del protocolo.
¿Cuántas veces habré incurrido en lo mismo? ¿Cuántas palabras desperdiciadas?
Aprendí que uno no debe emitir sonidos que no salgan del corazón. Aprendí a aceptar mi vulnerabilidad, acepté deprimirme y ver la pared frente a mí por largas horas, sin mi típica actitud guerrera. Acepté el enojo y vi claramente a las personas de mi pasado, ya no tenía ganas de rescatarlas a través de la escritura de realidades paralelas ni auto publicaciones de novelas, ya no las idealizaba esperanzada a verlas lograr sus sueños a costa mía -qué estúpido sacrificio- pensaba, ¿de dónde habré sacado esa forma de ser?
¡De la ilusión! O tal vez de Cartas a un joven escritor donde Vargas Llosa dice que escribir es un acto de rebeldía con la realidad, eso era; yo pretendía transformar la realidad de las mujeres con quienes convivía, les ofrecí mi mundo ficticio a ver si se despegaban un poco de sus mentiras.
El tiempo había pasado y yo ya no tenía ganas de sacar algo positivo del dolor, lo había hecho en incontables ocasiones.
Ya no tenía el impulso sostenido por la soberbia, competencia, la vanidad o la esperanza.
El idealismo se estaba marchando, el ideal que había construido de mí, el auto engaño se esfumaba poco a poco. Mi mamá ya no estaba, a nadie más le importaría mi suerte, ni nadie más me protegería con sus oraciones. El Yo misma se derrumbaba irremediable. Empecé a dudar de mis logros, mis sueños, mi mala o buena suerte, mis estudios, mis errores o aciertos, de mi habilidad para traspasar las dimensiones y contactar con los muertos, de mi comunicación telepática y capacidad creativa, todo estaba en duda. Llegué a la conclusión de que debería considerar muy seriamente volver a casa, volver de lleno a mis padres y dejar las prisas. Renuncié a mi trabajo en la universidad alegando discriminación y deshumanización. Puede inscribirme en una clase para continuar mis estudios doctorales y enteré al profesor de mi circunstancia, obtuve comprensión total, además de sabia guía para aprobar su clase con la mejor calificación. Había ganado una beca de un proyecto comunitario y estuve a punto de devolver el dinero pero la asesoría oportuna de los coordinadores del programa me motivaron a continuar. Aprendí que por cada persona amargada, traicionera, existen 10 o más personas de corazón compasivo y mente altruista, definitivo.
Por más que me esforzaba, la claridad no llegaba a mi corazón, el cuerpo me dolía a diario. Una noche soñé a mi madre, la vi vestida de guinda con unos zapatos negros, de hombre, era lama. Estaba en un lugar lleno de gente, desorientada. Luego se fue al mar, las olas eran altas, me señalaba un camino. Desperté llorando, empapada de sudor. Escuché su voz y me decía, budismo. No reaccioné de inmediato pero días más tarde estaba en un centro budista. Poco a poco me acercaba al lama (mi padre, mi madre).
Volví a agradecer el hecho de tener vida, por ahí empezaría, no tuve prisa. Valoré inmensamente a mi familia, a mis verdaderos amigos/as que poco a poco regresaban. Me esforcé por cambiar algunas actitudes y por saber que uno no está en control de lo que otras personas vayan a experimentar en la vida pero sí en control de mis reacciones en la adversidad. Poco a poco estoy recuperando la confianza y gracias a eso, milagrosamente conocí a dos primas familiares de mi mamá quienes solo han servido de apoyo. Dejé ir mis amores mórbidos, no estaba para servir al payaso de las líneas Bovary. Le supliqué a mis libros protegerme de los embates,
El animal sobre la piedra proponía ir al revés, no lo iba a permitir, admiré a Isabel Allende y su Paula, ¿cómo pudo haber escrito después de semejante tragedia?
Intenté recuperar el orden a través de La pasión según G.H, no lo logré, es más, ni siquiera terminé de leerlo. Aparté mi vista de las novelas, necesitaba entregar trabajos académicos, leía artículos que me llevaban al feminismo, encontré en la teoría feminista algunas pistas. Me apartaba por largas horas a ver pasar la vida, a leer lo que otras publicaban en sus blogs o en sus perfiles, les respondía sin aliento o a veces comiendo la respiración, sola.
- Nos comunicamos con violencia verbal, nuestro territorio ha sido violentado por ende nuestros corazones, ni cuenta se dan. El feminismo nos muestra tal como somos-, concluía para escribir el artículo Feminismo consciente y a la vuelta de la esquina ya lo estaban esperando para tasajearlo, cortarle los pezones, y desaparecerlo. Las otras feministas han sido mis peores enemigas, ¡joder!
¡Cuánta tristeza! Mi duelo se atenuaba al ver el macho cabrío en las mujeres
¡Femeninas, patriarcales, violentas!
Escribí poco y cuestioné muy seriamente mi motivación en la literatura; estuve enfadada con las letras y su mundo que solo lo veía nefasto, engrosando sus filas de lujuria.
Recordé que escribir es una decisión que había tomado durante el 2009 mientras pasaba por otro dolor y que esa decisión era irrevocable, y que el pasado no se puede cambiar y que a pesar de que la frase creación literaria, escritura creativa, doliera, la escritura orgánica sanó algunas heridas. Recordé la intención de la novela Mujeres cósmicas, transmutación de reptil a mujer, no al revés. Finalmente la dejé ir. Solté el pasado como quien suelta a los peces que acaban de caer en la red, los deja ir vivos honrado su viaje. Ningún pez me pertenecía, se pertenecían a su propia condición. Así las mujeres y sus sombras.
Aprendí a dejar ir al ser más importante de mi vida, mi madre, finalmente comprendí que ella había concluido su viaje aquí y cuál afortunada fui al verla en su vejez. Dos meses antes de su partida, tomé la decisión de estar con ella, convivimos plenamente casi un mes, solía decirle Chiquita Mamá y ella poco a poco se fue acoplando a la idea de aumentar sus cariños hacia mí
-¡Qué amor tan sagrado!-.
Me decía al despertar.
Le preparaba su desayuno, la llamaba a la mesa y ella llegaba completita, me contaba historias que yo re escribía con un final menos cruel, o sacrificado.
-Están buenos tus cuentitos, hijita- Decía.
Para mí ese fue el mejor premio literario que he recibido. Ella salía a trabajar al jardín, se movía rápido, ahora comprendo, quería aprovechar al máximo sus últimos días. Dicen que ningún adiós es para siempre, y debe ser, últimamente supe que, como de costumbre, su casa está impecable. Aprendí a conservar la mía, igual.
Poco a poco recuperé el dormir, a mis amigos, el amor, la fe, a mi madre a quien veo, hablo y sueño. Recuperé las ambiciones y a mi gurú, ¡cuidado!
A un año de la partida de mi madre, aprendí que el mundo no se detiene porque el mío esté en reconstrucción.
Decidí manejar sin rumbo, detuve el auto en un paraje desolado, escuchaba la despedida de mi madre, o la mía, escuchaba múltiples voces del llano del dolor. Vi el nombre de la calle donde estaba estacionada, Justicia. Entre las letras saltaba el horror de ser víctima de algo, ¿de qué? No lo sabía. Todas las voces que se colaban en mi espacio sufrían lo indecible. Mi madre se estaba despidiendo del mundo, desilusionada, y yo ahí. La esperanza se filtraba al saber a mi madre fuerte, grande, ella era mi gurú y solo bastaba unos cuantos días de su compañía para yo continuar segura, experimentando en la vida.
Ella soportaría el tubo prometedor de aliento, sobrevivirá, me repetía. Ese día, mi usual optimismo por la vida, sufriría alteración mayor. Compré boletos de avión rumbo a ella. Ella, cuya voz de aprobación siempre esperaba y la daba solo cuando había cumplido con la virtud, la belleza y la estética, de lo contrario solo me miraba cansada de la necedad humana.
Era complejo conseguir su calificación alta en la tareas pero no su amor incondicional, con su amor contaba a raudales. Confieso que me encantaba su risa, mezcla de alegría y sarcasmo, segura de impartir la lección adecuada pero ese día todos mis sistemas colapsaron, no alcancé a sacar de la memoria el recuerdo de su risa. Me quedé flotando para ocultar el dolor que latía en el centro del pecho. Horas más tarde el celular timbró, yo estaba acompañada de un amigo.
-Mamá decidió partir-
Dijo mi hermana menor. Mi amigo me miró, me dio un abrazo; me di cuenta que mi problema, mi dolor, no sería la mayor preocupación de mi amigo ni de nadie. A vuelta de año, tuve que aceptar que así son las cosas, si bien la empatía es necesaria no es obligatoria y que uno debe continuar circulando por una especie de pacto con la vida, con el latir.
Mi enojo era por la partida de mi madre y todo el cuerpo se rebelaba a acoplarse a la nueva realidad. Salí a reclamarle al sol, le pedí que me arropara porque el frío me calaba hondo. Conduje mi auto alejándome de mi amigo y el sol. Experimenté la soledad como nunca antes.
Al pasar los meses supe que algunas personas se alegraban por mi dolor.
¡No lo podía creer!
Mi nivel de desconfianza aumentó. Mi ex me había dejado. Mandó un diplomático mensaje diciendo que me llevaba en sus pensamientos. Odié el teatro y la verborrea del protocolo.
¿Cuántas veces habré incurrido en lo mismo? ¿Cuántas palabras desperdiciadas?
Aprendí que uno no debe emitir sonidos que no salgan del corazón. Aprendí a aceptar mi vulnerabilidad, acepté deprimirme y ver la pared frente a mí por largas horas, sin mi típica actitud guerrera. Acepté el enojo y vi claramente a las personas de mi pasado, ya no tenía ganas de rescatarlas a través de la escritura de realidades paralelas ni auto publicaciones de novelas, ya no las idealizaba esperanzada a verlas lograr sus sueños a costa mía -qué estúpido sacrificio- pensaba, ¿de dónde habré sacado esa forma de ser?
¡De la ilusión! O tal vez de Cartas a un joven escritor donde Vargas Llosa dice que escribir es un acto de rebeldía con la realidad, eso era; yo pretendía transformar la realidad de las mujeres con quienes convivía, les ofrecí mi mundo ficticio a ver si se despegaban un poco de sus mentiras.
El tiempo había pasado y yo ya no tenía ganas de sacar algo positivo del dolor, lo había hecho en incontables ocasiones.
Ya no tenía el impulso sostenido por la soberbia, competencia, la vanidad o la esperanza.
El idealismo se estaba marchando, el ideal que había construido de mí, el auto engaño se esfumaba poco a poco. Mi mamá ya no estaba, a nadie más le importaría mi suerte, ni nadie más me protegería con sus oraciones. El Yo misma se derrumbaba irremediable. Empecé a dudar de mis logros, mis sueños, mi mala o buena suerte, mis estudios, mis errores o aciertos, de mi habilidad para traspasar las dimensiones y contactar con los muertos, de mi comunicación telepática y capacidad creativa, todo estaba en duda. Llegué a la conclusión de que debería considerar muy seriamente volver a casa, volver de lleno a mis padres y dejar las prisas. Renuncié a mi trabajo en la universidad alegando discriminación y deshumanización. Puede inscribirme en una clase para continuar mis estudios doctorales y enteré al profesor de mi circunstancia, obtuve comprensión total, además de sabia guía para aprobar su clase con la mejor calificación. Había ganado una beca de un proyecto comunitario y estuve a punto de devolver el dinero pero la asesoría oportuna de los coordinadores del programa me motivaron a continuar. Aprendí que por cada persona amargada, traicionera, existen 10 o más personas de corazón compasivo y mente altruista, definitivo.
Por más que me esforzaba, la claridad no llegaba a mi corazón, el cuerpo me dolía a diario. Una noche soñé a mi madre, la vi vestida de guinda con unos zapatos negros, de hombre, era lama. Estaba en un lugar lleno de gente, desorientada. Luego se fue al mar, las olas eran altas, me señalaba un camino. Desperté llorando, empapada de sudor. Escuché su voz y me decía, budismo. No reaccioné de inmediato pero días más tarde estaba en un centro budista. Poco a poco me acercaba al lama (mi padre, mi madre).
Volví a agradecer el hecho de tener vida, por ahí empezaría, no tuve prisa. Valoré inmensamente a mi familia, a mis verdaderos amigos/as que poco a poco regresaban. Me esforcé por cambiar algunas actitudes y por saber que uno no está en control de lo que otras personas vayan a experimentar en la vida pero sí en control de mis reacciones en la adversidad. Poco a poco estoy recuperando la confianza y gracias a eso, milagrosamente conocí a dos primas familiares de mi mamá quienes solo han servido de apoyo. Dejé ir mis amores mórbidos, no estaba para servir al payaso de las líneas Bovary. Le supliqué a mis libros protegerme de los embates,
El animal sobre la piedra proponía ir al revés, no lo iba a permitir, admiré a Isabel Allende y su Paula, ¿cómo pudo haber escrito después de semejante tragedia?
Intenté recuperar el orden a través de La pasión según G.H, no lo logré, es más, ni siquiera terminé de leerlo. Aparté mi vista de las novelas, necesitaba entregar trabajos académicos, leía artículos que me llevaban al feminismo, encontré en la teoría feminista algunas pistas. Me apartaba por largas horas a ver pasar la vida, a leer lo que otras publicaban en sus blogs o en sus perfiles, les respondía sin aliento o a veces comiendo la respiración, sola.
- Nos comunicamos con violencia verbal, nuestro territorio ha sido violentado por ende nuestros corazones, ni cuenta se dan. El feminismo nos muestra tal como somos-, concluía para escribir el artículo Feminismo consciente y a la vuelta de la esquina ya lo estaban esperando para tasajearlo, cortarle los pezones, y desaparecerlo. Las otras feministas han sido mis peores enemigas, ¡joder!
¡Cuánta tristeza! Mi duelo se atenuaba al ver el macho cabrío en las mujeres
¡Femeninas, patriarcales, violentas!
Escribí poco y cuestioné muy seriamente mi motivación en la literatura; estuve enfadada con las letras y su mundo que solo lo veía nefasto, engrosando sus filas de lujuria.
Recordé que escribir es una decisión que había tomado durante el 2009 mientras pasaba por otro dolor y que esa decisión era irrevocable, y que el pasado no se puede cambiar y que a pesar de que la frase creación literaria, escritura creativa, doliera, la escritura orgánica sanó algunas heridas. Recordé la intención de la novela Mujeres cósmicas, transmutación de reptil a mujer, no al revés. Finalmente la dejé ir. Solté el pasado como quien suelta a los peces que acaban de caer en la red, los deja ir vivos honrado su viaje. Ningún pez me pertenecía, se pertenecían a su propia condición. Así las mujeres y sus sombras.
Aprendí a dejar ir al ser más importante de mi vida, mi madre, finalmente comprendí que ella había concluido su viaje aquí y cuál afortunada fui al verla en su vejez. Dos meses antes de su partida, tomé la decisión de estar con ella, convivimos plenamente casi un mes, solía decirle Chiquita Mamá y ella poco a poco se fue acoplando a la idea de aumentar sus cariños hacia mí
-¡Qué amor tan sagrado!-.
Me decía al despertar.
Le preparaba su desayuno, la llamaba a la mesa y ella llegaba completita, me contaba historias que yo re escribía con un final menos cruel, o sacrificado.
-Están buenos tus cuentitos, hijita- Decía.
Para mí ese fue el mejor premio literario que he recibido. Ella salía a trabajar al jardín, se movía rápido, ahora comprendo, quería aprovechar al máximo sus últimos días. Dicen que ningún adiós es para siempre, y debe ser, últimamente supe que, como de costumbre, su casa está impecable. Aprendí a conservar la mía, igual.
Poco a poco recuperé el dormir, a mis amigos, el amor, la fe, a mi madre a quien veo, hablo y sueño. Recuperé las ambiciones y a mi gurú, ¡cuidado!