¿Dónde está la maestra?


Hilda Sotelo/Escritora y académica | Martes 28 Junio 2016 | 00:01:00 hrs

A los educadores del estado de Oaxaca, México

Dice Losang Samten, monje budista, que la mente cuando está en la oscuridad ignora qué incorporar y qué descartar. La mente se debate en la duda y es presa fácil de cualquier oferta frívola al leer o escuchar tal o cual postura con respecto a  temas como la corrupción, la discriminación, el autoritarismo, la violencia, la política y la educación.

¿Qué tanto respetamos la figura del maestro? La mente cegada toma una postura, extravía el camino. Es común que cuando tratamos los temas anteriores explotemos, luego enviamos bombas verbales a través de las redes sociales para que nos desaprueben o aprueben; nuestros espejos se rompen; estamos destruyendo una identidad para crear otra de menor sufrimiento y dolor.

Estamos en mera transformación y el castigo debe quedar fuera, ¡lejos el lema educativo “la letra con sangre entra”. Nuestros sistemas de enseñanza aprendizaje están cambiando. Se debe comprender de una vez por todas que el ser humano no está dispuesto a aprender por el método del castigo-recompensa, ni  la desconfianza y la evaluación rígida; al menor síntoma de imposición, el individuo responderá con violencia. Es por eso que tanto los gobiernos represivos, las voces autoritarias y la identidades violentas-machistas, poco a poco perderán poder. La evolución humana se da a través de la enseñanza y el aprendizaje, nos transferimos conocimiento constantemente, intercambiamos hallazgos, ideas, consejos. La educación no solo es importante para el desarrollo armónico del individuo, también lo es para el desarrollo de las naciones, el estado debe procurar que los ciudadanos reciban la mejor educación sin discriminación, racismo, corrupción e imposición. Los sistemas evaluación aparte de tener el potencial de enterrar el Don de cualquier maestro/a, suelen cubrir una sola óptica de la realidad.

En El Paso, Texas, los bajos resultados de los exámenes estandarizados estatales hablan del juego ridículo al cual los estudiantes entran forzados, año con año. Las certificaciones de maestros no dan cuenta cabal de un dominio del tema o destreza docente. Los entrenamientos a evaluadores de futuros maestros están saturados de retórica discriminatoria y racista. Lo único que logran la estandarización  es recordarnos tiempos de autoritarismo, además de afectar gravemente la identidad del maestro.

¿Está lastimada la identidad del maestro? Yo digo que sí. La misma educación intenta someterlo a un sistema corporativista, -compite, rinde, estamos en un mundo global-, le dice. El maestro es trabajador de la sociedad, tiene la vocación de servicio, el altruismo, poco sabe de estrategias mercantiles porque no trabaja con objetos, trabaja para humanos proveídos de inteligencia, emociones, sentimientos. El maestro evalúa a sus alumnos en distintas formas y mide el progreso  holístico, no solo se enfoca a las respuestas del examen; hasta que llega la estandarización y la maestra llora porque para empezar no comprende el complejo sistema de medición, decide seguir la línea, no por convicción, lo hace porque la obligaron, su mirada debe ser parcial, ahora enseña para que los alumnos aprueben el examen de lo contrario su carrera será un fracaso.

Lastiman la identidad del maestro cuando, la violentan al poner en tela de juicio su agraciado don y oficio, constantemente la observan para luego arrebatarle sus beneficios y si no aprueba el examen, su motivación disminuye. En México al maestro lo alinearon a una reforma educativa, donde se otorga poder a los supervisores para decidir a quién ascender o a quién dejar atrás, lo violentaron al no reconocer sus logros a través del tiempo; el maestro ya no será trabajador del estado, se convertirá   en empleado de una cadena de súper-tiendas debe dar “rendimiento” conforme a criterios globales.

Parte de la reforma educativa en México “eleva a rango constitucional al Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, y lo dota de autonomía, para medir el desempeño e identificar sus áreas de mejora” dice el historiador mexicano Pedro Salmerón.

La imagen del maestro tanto en México como en Estados Unidos se ha ido deteriorando con el paso del tiempo. No es fortuito que actualmente estemos enfrentado graves problemas.  Pocas son las personas que reconocen a su maestro/a, el trabajo, el esfuerzo y la enseñanza. En México, ser maestro era un gran logro, ahora les han sembrado desafortunados estereotipos, muy pocos quieren serlo.

Recuerdo mis primeros años en el aula de preparatoria en El Paso. “You are just a teacher” [Eres tan sólo una maestra], dijo un alumno. Recuerdo que a cada año escolar que iniciaba, prometía no cometer los mismos errores de los años anteriores; platicando con otras maestras y al paso del tiempo me di cuenta que jamás iba a alcanzar la perfección porque no dependía de mí; dependía de los estatutos que dictan perfección, la evaluación. Quise satisfacer los criterios y finalmente lo logré, mi última evaluación determinó que sobrepasaba las expectativas, al igual mis nervios pasaban los límites; debido al sistema de competencia escolar, y cuestiones personales sufrí lo que en inglés le dicen “burn out”: estrés extremo.

Renuncié a finales del 2012 –el 21/12/2012–, cuando los mayas pronosticaban el inicio de un cambio en la humanidad. Perdí la imagen del maestro, me dediqué al activismo promoviendo la lectura y a la creación literaria. Me enfoqué a encontrar a la maestra dentro de mí y al paso de los años me di cuenta que no existía tal cosa, había caído en la ignorancia y alejada de mi disciplinada rutina docente, entré a las fauces del aburrimiento, el caos, la depresión.

Y como dolía tanto, entonces, me trepé a la neutralidad, el NO siento porque me duele y sufro. Tuve que aceptar el sufrimiento tal fragmento de la vida, luego, la idea de que el sufrimiento se puede aliviar al despojarme de los deseos, los apegos pero, ¿cómo lograrlo?  ahora sí necesitaba al maestro. ¿Dónde estaba?Llegó, pero llegaba disfrazado, de niño, de joven, de mujer, de hombre, de chamana, de misógino intelectual,  traía varias identidades pero a su vez trajo lecciones, consejos, comentarios, lo iba reconstruyendo poco a poco desde el alma y el amor de otras personas, familia, amigas/os, enemigos/as; le vi el pizarrón, el escritorio, el gis, los marcadores de colores, la computadora; no solo tenía un maestro/a, tenía cientos de maestros y cada uno se prestaba de voluntario a enseñarme. Esas maestras no evaluaban, solo enseñaban, estos maestros se dedicaban a construir sus vidas en dirección a sus sueños y los ideales colectivos. El misógino desarrollaba una nueva masculinidad, basadas en la confianza, el amor, la comprensión. El chamán, la chamana me educó mostrando mis demonios, me evaluaba severamente, en la broma cósmica. Y de pronto llegó, removía las nubes negras de mi frente, el maestro volvió, lo encontré en un monje budista tibetano que a su vez tiene un maestro y éste tuvo maestros. Haber reconocido al maestro afuera, facilitó las cosas, la consciencia crítica despertó, la esperanza, el autoconocimiento. Reconocer a mi maestro, devolvió a la maestra, inmediatamente una joven me reconoce como su maestra, luego me llaman de una escuela, para regresar al aula.
Ahora sé donde está la maestra, la veo, la escucho y no la van a asesinar.

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