Casa de cristal

Traté de imaginarme una y mil veces cuál sería la solución a todos mis problemas. Aprender a carcajearme desde un principio hubiera sido ideal, pero no, aquí voy, escribo una historia, intento captar el aire argentino y las cosas se inflan más de lo debido, tuvo que venir el mismo aire a sacarme el gas por el ombligo. Jajaja y pensar que el gas no tiene potencia en mi casa y esta es una casa encerrada en una caja de cristal, bendito enredo, aunado a eso, soy mujer y la historia debe sonar a hombre. Chingada madre. Aquí vamos:

 En numerosas ocasiones intenté aislarme del mundo, primero fue enamorarme de la mujer menos indicada, luego casarme; mi esposa prohibió terminantemente cruzar trato con mi familia. Al fin tendría el mejor de los pretextos para no ver a mis hermanas, hermanos, sobrinos, sobre todo a mi madre. El culpable no era yo, sería mi mujer. Cuán afortunado fui los primeros tres años, mis domingos se transformaron, ya no estaría obligado a desayunar el horrendo menudo y los tamales que se preparaban en casa semana tras semana. Mis tripas necesitaban descansar y cosa preciosa a mi mujer de origen argentino, gustaba  desayunar  solo café y a veces agregaba una inocente factura que comparada con los tres o cuatro bolillos que me enjaretaba los domingos, el inocente panecito pasaba inofensivo a mi estómago. Otra cosa que odiaba de ver a mi familia era enterarme del contenido tras sus caretas. Mis tres hermanos llegaban ya entrada la mañana, algo crudos o a veces borrachos, sus mujeres habían pasado la semana atendiendo a sus hijos, a veces enviaban mensajes por what's up presumiendo sus grandes logros culinarios o a veces mostraban a sus mostritos en algún evento escolar. A ninguna le gustaba el arte o la literatura pero con al boom de las redes sociales, el recelo, la envidia se apoderó de ellas y de pronto dos de ellas dicen ser poetas, la otra es menos atrevida, dice ser artesana, hace mantillas, tejidos, y volvió a moldear el barro, conocimiento  heredado por sus padres; debo confesar que ella me gustaba pero ustedes ya saben, la mujer de mi hermano, ni pensarlo. Así es que, me limitaba a saludarla de beso en la mejilla y cada vez que esos sucedía, le notaba escalofríos en sus brazos, tal vez ella sentía lo mismo que yo, no lo sabré. En un par de ocasiones cruzamos conversación; durante el bautizo de Fabiana su hija mayor, me receté la misa, creo que yo estaba en el clímax de mi gusto por ella; hará quince años; la fantasía  me rondaba al verla, luego al llegar a casa, sus olores, eran el tesoro quijotesco para cualquier caballero de la triste figura, triste porque yo era el único soltero de mis once hermanos y mi destino fue la academia, estudié lenguas, más me valdría haber lamido el trasero de algunos jefes, no he podido conseguir plaza en ninguna universidad y ni las quinientas misas que mi madre ha dedicado a que me den plaza han servido. Recuerdo aquella misa de la pequeña Fabiana, Alma iba vestida de blanco, su mirada es tan pura no se parece en nada a la mirada de víbora de su hermana, mi mujer. Lejos estaba yo de imaginarme que iba a quedar enredado en su parentela; ella caminaba rumbo al altar se había sentado tres filas atrás, yo no hubiera podido resistir su cercanía así es que me senté casi a la salida de la iglesia. Cuando la vi caminar hacia el altar. Toqué la flor blanca que mi madre cuidadosamente puso en mi solapa, después el seguro rosa que Alma me alcanzó para abotonar mi destartalado saco, lo quité porque no iba acorde con mi escena; éramos Alma y yo caminando en casamiento. Ella miraba mi pequeña rosa blanca, después guiñaba sonriente, yo iba más allá, le quitaba los tacos altos, las medias ese vestido blanco que llevaba puesto. Tuve una erección afortunadamente pude salir sin ser notado; esa tarde llegaría Paula su hermana mayor entraba al filo, justo cuando terminaba la misa. Me saludó entusiasta, estaba en sus veintes, venía a México a probar fortuna estudiantil, me siguió toda la tarde, me dijo que Alma le había contado de mi y casi me creo salir de un cuento de castillo de cristal, escuchar a Alma en labios de Paula ha sido el mejor deleite en años, yo la animaba a seguirme narrando; Paula mal entendió mi atención y anduvo por ahí varios años merodeando la idea de atraparme. No. Eso no fue posible. Despedí completamente la idea de fantasear con Alma y me enfoqué a iniciar un patrimonio. Ah, una casa junto al río, con el poco dinero que ganaba de algunas traducciones y clases de horas sueltas en la universidad me demoraría diez años construirla. Mi padre prometió que cuando hubiese terminado la obra, él costearía la barda, alta y segura, decía, ya sabes cómo está la delincuencia hoy en día. La vida nos siguió entre las reuniones familiares y la construcción de mi casa amarilla, así la bautizó mi hermano por lo incierto del género, a veces bromeaba con la mi posible homosexualidad; yo lo abrazaba y le apretaba los testículos asegurando así mi postura de macho solitario. Mi padre siguió mi proyecto con el esmero necesario para hacer de mí un hombre de bien, protegido en su guarida; compró un seguro de vida  cuando se sintió viejo y cansado; ninguno de sus hijo le pregunto por el monto ni indagó sobre la compra; él le entregó a mi madre un sobre con rayas verdes, cerrado, mi madre lo guardó en el cajón de las cosas importantes y ahí permaneció tres años, hasta el día de los santos angelitos, el día del cumpleaños de mi padre, el mismo día de su muerte. Siempre tan exacto, dijo mi hermano mayor. Tan cumplido que fue tu padre, hijo. Gritaba mi madre que al ver su  dolor, las últimas ganas de casarme se me fueron por completo.  Mi padre no vio la culminación de mi proyecto, tampoco fue a mi boda con Paula cuya abnegación y espera virgen me conmovieron hasta decidirme cumplir, ¿cumplir qué? ahora me pregunto. Tal vez fue la muerte de mi padre pero los años siguientes a su entierro mi vida se tornó aburrida, tediosa, sin sentido, muy seguido me invadía un dolor en el pecho que se extendía hasta los hombros, y así iba por la vida cargando un gran peso. Me sentía culpable por su muerte porque de reojo yo anhelaba abrir el contenido del sobre de seguros de vida y el testamento pero eso solo sería posible cuando él muriese. Me sentía el hombre más ruin sobre el planeta, tal vez, secretamente yo desee el descanso eterno de mi padre; ¿será eso posible?. La idea me torturaba hasta el dormir, soñaba a mi padre reclamarme, lo veía removerse en su féretro; dudé de mí, de mis facultades humanas para amar; me juzgaba día y noche; cada vez que visitaba a mi madre, dos ojos completamente rasgados y negros se apoderaban de mí, los veía brotar del sufrimiento; los meses pasaban y la resignación por el infarto de mi padre no nos alcanzaba. Repetimos su vida entre nuestras memorias; Paula vino a desenmarañar mi cabeza; el sexo me quitaba el peso de mis hombros, me sugirió meditar y en una de esas sesiones telepáticas descubrió que yo siempre había estado enamorado de su hermana, se lo tuve que confesar, no hubiera podido con dos culpas. Nos alejamos de nuestras familias así yo ya no vería llorar a mi madre y Paula no vería a su hermana a quien terminó odiando por ser, solo por ser. Nuestra vidas transcurrían pausadas, lentas, en la casa amarilla. Yo poco a poco sustituía las memorias del pasado por otras y en temporadas llegué a sentirme dichoso al ver el río correr, los troncos destrabarse y la gente pasar de largo sin hablarme. Paula mantenía la casa impecable, tenía esa manía argentina de combinar las cosas hasta lograr una estética lejos de la perfección pero cerca de Europa. Le tomé cariño porque no despertaba en mí los manantiales de la imaginación, se lo agradecí, mi existencia pasó a ser la del mono andante. El arrastrado de los pies y la cadencia de la materia no tardaron mucho en abandonar su ritmo; una mañana llegó un sobre a mi casa; dentro un escueto mensaje de mi madre. Estoy muy enferma y me gustaría verte antes de morir, aquí el cheque de la herencia y el seguro que les dejó tu santo padre antes de morir. No vi el monto del cheque, lo guardé en uno de mis libros, todavía la culpa me acosaba. A la siguiente mañana tomé el tren rumbo a mi casa; Paula dormía, rumbo los recuerdos volvieron de golpe, mis tripas sonaban ansiosas por el anuncio del festín, el olor de las decoraciones de la sala, el comedor, y la ropa de mi madre me consolaban en el camino. Pasé siete estaciones del tren, en la octava me bajé, debería ubicarme una vez más entre la vida y la muerte; era el trance que más odiaba. Despedir, llorar, rezar, doler en el centro del pecho eran sentimientos despreciables, no lograba entenderlos pero los veía, entraban filosos como pequeñas corta plumas, mi temple del varón, seco, adusto, frío, racional no se presentaba en esas ocasiones. Mi madre me recibió sin fiestas, ni sorpresas, la muerte de mi padre realmente la había consumido; me besó en la frente, me ofreció un plato pero lo rechacé, temía que Paula se diera cuenta. Mi madre volvió a su recámara, poco a poco mis hermanos llegaba, de mis sobrinos faltaba una, Fabiana, ¸¿dónde estaba?. Alma me abrazó con fuerza como nunca lo había hecho, lloró inconsolable, gritaba el nombre de Fabiana y los malditos asesinos, la habían asaltado, entraron por la ventana de su apartamento, se llevaron todo, le robaron la vida, sollozaba Alma; su inconfundible perfume y el aroma del dolor penetraba mis sentidos. Aturdido no supe emitir palabra; me pidió que la acompañara al baño, yo casi la cargaba y al abrir la puerta del sanitario, ella se arrojó en mis brazos, me besó, me besó confundida, apasionada, doliente; conservaba la mirada pura, mirada de estrella. Yo la llevé hacia adentro del armario, era amplio, ahí mi madre apilaba las toallas, los jabones, el papel, todo cayó, su ropa, la mía, l hice mía al voltear su cuerpo hacia la pared, mis sentidos estallaron. Vi el riachuelo apresurarse, los árboles silbaban contentos; la casa era total algarabía entre nietos, bisnietos y el eterno suspirar de Alma. La abracé con fuerza, la atrapé entre mis mejillas, le acomodé la ropa, el cabello. La solté, la dejé ir. Salí del baño apresurado, fui a la cocina y comí tres platos de menudo, fingí  hambre, mucha hambre, quería distraer a mis hermanas que hacendosas servían. El grito de Alma nos volvió a todos a la cama de mi madre; se muere, mi suegra se muere. Llamen al médico, por favor, llamen al médico.
Si algo me había enamorado de Alma había sido su paz, su timidez, ya no era aquella Alma quieta que yo había conocido, se había convertido en un torbellino de lujuria y competencia. Busqué mis boletos del tren, vi el reloj eran las 3pm. Paula me estaría esperando enfurecida, debería pensar en algún pretexto, buen pretexto. ¿Pero qué?. Rumbo a mi casa amarilla me asaltó la sensación de libertad, Paula estaría esperando mis mentiras y yo le diría verdad, ella se marcharía de casa, finalmente la solución a mis problemas existenciales había llegado, viviría solo. El cheque, el cheque, casi lo olvidaría, usaré ese dinero para levantar cuatro muros que rodeen mi casa, así no temeré robos, ni asaltos.
Abrí el libro y cuál fue mi sorpresa al ver el monto del cheque; alcanzaría para colocar cinco muros en mi casa, y serían de cristal.

-No pues esta historia no la leí pero debe sonar a sarcasmo y no lo veo por ningún lado. Es confusa y parece de escritora principiante, además es larga y medio aburrida.
-Gracias por el comentario,  efectivamente quise retratar al argentino chistorete. Creo que unas lineas se te colaron a la vida real, el propósito de la historia no era buscar la grande publicación , ¿ya te casaste?.
-Sí, ¿por qué?
- ¿Te casaste con la mujer que te dio seguimiento  abnegadamente durante varios años?, ¿vivirá en una casa amarilla, junto a río?
-Sí, ya veo.
-Cosas de brujas, querido amigo.


Popular posts from this blog

Miss Ana Martinez y su forma de exigir justicia

Dreams and freedom