Con pedagogía



Una vez más, las feministas nos encontramos ante la disyuntiva de si responder a los ataques que se nos profesan con la misma ignorancia que a estos caracteriza, o si hacerlo con pedagogía. Y como solemos hacer, a pesar de lo tedioso de repetir desde hace siglos lo mismo, elegimos esta última opción. Empecemos pues. El feminismo no atenta contra la naturaleza de la mujer, sino que niega que exista tal cosa. El feminismo no denigra al cuerpo como simple prótesis del yo, sino todo lo contrario, lo dota de normatividad. El feminismo no atenta contra la vida, sino que la reivindica en toda su plenitud (o acaso no hay vida más plena que aquella que se vive en libertad e igualdad). El feminismo no prescribe un modelo de mujer o de familia que se erija como el auténtico, y que por tanto deba ser impuesto a toda la sociedad, sino que cuestiona todo modelo existente en pos de la libertad de elección. Hagamos hincapié en ello: la libertad de elegir no ser madre o de serlo, de no casarse o de casarse cómo y con quién uno o una elija, de vivir la sexualidad como se quiera… En tanto que proyecto emancipatorio, por tanto, el feminismo ni excluye ni obliga a nada ni a nadie. Ni siquiera a ser feminista. El feminismo, en definitiva, no pervierte, subvierte; no atenta, libera, y aquí reside su poder. Solo este dato puede justificar el miedo que infunde y las reacciones que provoca en quienes ven, como consecuencia del feminismo, socavados sus privilegios. En una cosa sí han acertado sin embargo: el feminismo es un proyecto radical, en tanto que va a la raíz del problema; y lo hace en pos de la igualdad y la libertad de todas las personas.— Lucrecia Rubio Grundell.



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