Pobre tonta: texto para amantes

Un fracaso no es tal si se logra transformar la definición de éxito. Así es, ¿por qué hablo de éxito ? Buena pregunta, a lo largo de este texto encontrarás aberraciones, digo, contradicciones. Escribir me ha funcionado para deshacerme de las tarántulas que traje metidas en las uñas durante varios siglos, descubrí que la escritura entretiene al dolor y es justo en este espacio que arrojo, con éxito, la más reciente sufridera. 


Asistencia
Los dos habíamos sufrido pérdidas irreparables, lo supe cuando nos sentamos a las afueras del café La Nueva Central. Durante la cena él me miraba el vestido yo veía sus frases directas a articular lo que se asume es el éxito en una mujer – He estado viajando a la Ciudad de México, va mi asistente conmigo, se acaba de doctorar, también se embarazó-. Al principio no comprendí el comentario, ¿a mí que me importaba su asistente?. Más tarde entendí, presumía su hombría, ella era otra de sus amantes y yo tendría que terminar mi doctorado, luego embarazarme si aspiraba a continuar con él. No me quedé con las ganas, le pregunté, ¿yo debo terminar el doctorado luego embarazarme para que tú me sigas aceptando como tu amante?.
Él sigue sin responder, me dejó en visto en las redes sociales. Nos perdimos desde entonces y yo decidí encontrarme en estos escritos.

Al descubierto
La última vez que estuve con él le aseguré que su esposa nos descubriría, era la primera vez que yo mencionaba el tema, fue tan convincente mi aseveración que él, días más tarde preguntó que cómo iba la historia esa de que la esposa nos descubriría porque su matrimonio estaba al borde. No puede evitar sentirme ilusionada, suspiré y a mi mente llegó la canción Woman in Love de Barbara S. Cerré los ojos imaginado una vida juntos, confieso que el paseo alborotó hasta la persona enseguida de mí. Reaccioné,  ah, la verdadera agenda de la amante saltó caprichosa, decidí aspirar el momento. En el autobús de Chihuahua a Ciudad Juárez se tocaba música pop, luego grupera; lo que antes odiaba adquiría un matiz suave, deleitoso, vi una pareja homosexual abrazarse, hablaron de su próxima boda. Me aseguré matrimoniada con mi amante, fue hermoso, lo confieso, descubrirme sin juzgar ha sido el minuto divino, asomé mis ojos por la gran ventana, el potro salvaje de la imaginación era oscuro, luego claro, el cielo apenas aparecía entre nubes que creí, eran azul, el verde de la llanura que solía ser opaco, seco, fue verde finalmente, la esperanza ansiosa disfruta la letra cursi de Julión Álvarez, Los Bukis y la mujer enamorada. Descubrirme tuvo su gracia porque él con su usual astucia, sacó verdades de mentiras. Tuve que salir corriendo por la ventana a traerme, recogí mis trozos de mujer enamorada, mujer oculta, mujer ilusionada; las nubes se disiparon, vi mi rostro levantado, arrodillada viéndolo a él golpeado mi espalda y corazón con sus palabras, su embarazosa intención de atraparme en la mentira. Tuve la prudencia de abrir los ojos a tiempo, vi la realidad, me alejé definitivamente de él. Semanas después yo lo desnudaría, él odiaba a su esposa, la vida, pensaba suicidarse y más allá de mis ilusiones, su astucia, estaba su vida al descubierto entre mis besos mientras lo sueño.


No matrimonio
Este caso parecía particularmente extraño, la conocí en invierno, vivía a una cuadra de mi casa. Recuerdo mi primera impresión, era fuerte decidida, valiente, disciplinada, y se notaba plena. A sus cuarenta años, la vida yogui, el pasado tormentoso, la estancia le sentaba muy bien. Lo raro fue sentirme atraída, otra vez yo, otra vez mi elefante salvaje, ¿en qué mundo se trepa el amor?. Todavía nuestra experiencia satura de escalofrío mis brazos. Empezamos a vernos esporádicamente, una vez al mes, después dos, después tres, después cuatro y al cabo de un par de meses nos veíamos casi a diario; ella sentía lo mismo  pero era tímida; el día que la dejé de ver sentí que algo faltaba, una tarde me confesó que pensaba seguido en mí. Ella y yo nos trepábamos al nirvana, veíamos al todo pasar gozosas y cuando nos marchábamos dejábamos en cada una la estela de la creatividad y el buen vivir. El elefante dejó de ser salvaje, la suavidad de la relación despertó el ofrecimiento del animal para ser trepado, en ocasiones lo cabalgamos juntas mientras construimos un mundo mejor, proyectos exitosos impregnados del sello del verdadero amor, el incondicional. Yo ya no sería amante, no había otras esposas con quien competir, ni daños que reparar. Una tarde nos regalamos el placer del cuerpo luego atinamos desatarlo antes de correr el riesgo del matrimonio.


200 años
En cada hombre veía el rostro del niño que siempre quise tener. La tarde del domingo él llegó al centro budista, había preparado noodles para todos, venía de Malasia, era profesor de Matemáticas en la universidad. Fue mi refugio hasta que aprendí construir el mío, el propio. Aquel domingo él habló de la fuerza de voluntad al no fijarse en mujeres hermosa, eso lo hacía  más atractivo, su entereza, su amor, su amabilidad impresionaba a cualquiera. No ciertamente me enamoré, en la travesura pensé sacarlo de su camino, de pronto me sentí Lilith en el territorio donde justamente él la ignoraba, había nacido, crecido budista y las cosas de la Biblia se le daban poco. Al fin, en medio y al principio, él siguió siendo un niño, eterno, enamorado de la humanidad, anirvanado.
 ¿Habra conseguido la iluminación? Hace 200 años me lo pregunto, lo supe por un sueño que tuve. A cuenta clara él un día fue mi madre  y yo su madre después. Ese domingo fui la madre de su hijo, lo imaginamos, y entre los mantras saltamos de la rueda y jamás nos volvimos a ver porque en temas del camino sagrado los egos no se tocan.

Pobre tonta
Aún en la oscuridad se veía, las intenciones fueron puestas al amor; él dijo amarme pero ella, su ex esposa nos odiaba, entonces, el llanto arrugaba sus labios y los míos pero no era nuestro llanto, fue el de ella el que conoció la vista en medio de la noche
Le tocó perder, sí, perdía la dignidad cada vez que lo buscaba, perdía el tiempo, nos perdía a los dos. Estábamos ciegos, encerrados en la rabia, me imagino que se imaginaba nuestras citas, me imagino que se imaginaba cuán feliz éramos. Pobre tonta.
Le debo confesar que su sufrir no nos fue indiferente, mientras ella lo pensaba, yo fraguaba escapar. Mientras ella lo soñaba yo solo anhelaba sacarlo a él de sus miserias y ella era una de ésas, de esas migajas que quedan cuando te muerden el alma. Ella le atacó tremenda mordida al entrecejo, lo dejó tuerto, sin sentimientos ni visiones, achicó su alma, le daba Prozac a diario. Lo supe porque una noche fuimos a la montaña a deshacernos de sus pinturas, encendimos una hoguera, luego dos, luego éramos tres, ella, él, yo, finalmente resucitábamos y en la rueda del rugir ella emitía el dolor más alto.  Pobre tonta, a estas alturas espero que sepa que no perdió gran cosa. Él lleva el alma rota, y por sus orificios se cuela toda clase de alimañas.  ¡Qué sí no sabré de sus habitantes ! Ella entre ésos. Me imagino que se imaginaba nuestros besos, y su corazón maullaba mientras el dolor la transforma, me debe las gracias; le saqué al primitivo de su cueva, le moví los tapetes, le sacudí el polvo, le quité el cabello fruncido que ahora lleva lacio, su ceño es de mujer que busca, busca, se busca y se encuentra. Desde aquí le pido que me agradezca haberla convertido en pobre tonta. Abrió los ojos, él no la amaba, nunca la amó, apenas sí puede ver, lo sé perfectamente porque vengo de ahí, vengo de sus labios inflados de necesidad, inflados de veneno, vengo de la oscuridad, impresionante, pude ver, nos veía, la vi a ella, la esposa abandonada, lo vi a él, inseguro, necio, sin alma, me vi a mí, futura ex esposa, me vi en mi peor versión, lo logré, logré verme gorda, inflada de veneno, de necesidad, me vi, me vi en la oscuridad, me vi en la traición, la flojera, el desorden, la envidia, me vi, oh no, la hoguera aventaba el peor de los humos, el humo que cala hasta el llanto. Huele la madera tostada de desencanto, me vi rompiendo su corazón, sus ilusiones, me vi, moviendo el hilo vengativo, me vi deleitando la carne roja, el vino, el festejo mientras ella lloraba, pobre tonta; ¿por qué lloraba? Solo él era feliz, solo el egoísta hombre gozaba de su amor nuevo, de la mujer anhelada; de la mujer dibujada anterior. Solo él, tuerto, no sabía que el llanto de ella una día lo alcanzaría, así fue. Él vio el diablo, se le apareció en mí. Yo fui cautelosa, sabía que el llanto de ella intentaría rozar mi alma, pero no, no lo logró; es que yo no entregué nada solo expresé las escenas  del infierno, fui ella; ella que tan a menudo nos pensaba, ella que se iba a la cama extrañando, odiando, amando, añorando, arrepentida. Ella y su necia mano negra nos arrancó del distante amor que él y yo algún remoto día sentimos y no permitimos fluir. 


¿Hasta cuándo?
-Mira conmigo no batallas, para qué quieres que me divorcie, mejor pásatela bien. Te puse casa, auto, a tus hijos no les falta nada. Yo soy muy latoso, si pudieras preguntarle a mi esposa ella lo confirmaría, pobrecita mi viejita, la tengo harta pero así me ama, pues cómo no,  nos conocimos desde la prepara, ¿tú crees?-.
Esa era la cantaleta de mi amante, cada año repetía lo mismo cada vez que le preguntaba para cuándo el divorcio; llevábamos diez años de relación; le entregué mis veintes y no se veía la hora de estar juntos. Al conocerlo yo tenía dos hijos, cuando me separé del inútil del padre, mi madre me tiró la maldición – ahora sí, bonita canción, solo un casado te va a recoger con esas dos criaturas-. Y efectivamente, conocí a Héctor durante una campaña política, él miró mis ojos -¿de qué color son tus ojos-. - No sé cambian con el clima a veces son miel, a veces verdes-. Tal vez mi respuesta le hizo gracia.- Cambian con la temperatura de tu cuerpo, mejor dicho-. Él me abrazó discretamente, días después llegó a mi casa un gigante ramo de rosas rojas, y una nota de que me esperaba en una dirección cerca de mi casa. Corrí a decirle a mi mamá, ocultar las rosas era imposible – pues ve tonta, qué estás esperando-. Héctor ya tenía el plan, en la casa que me citó solo había dos sillones y una mesa de centro. Me enseñó a abrir la botella de vino, dijo que esa sería mi casa, dejó dinero en la mesa para que yo comprar muebles a mi gusto; debí prometerle total discreción de lo contrario arruinaría la campaña y su prometedor futuro político. Al siguiente día sin pensarlo dos veces empaqué mis cosas, esperé a que mi madre se fuera a trabajar. Héctor me daba todo hasta la promesa de que pronto se divorciaría, sus historias iban desde -mi esposa ya no quiere tener relaciones sexuales, se puso gorda y fea-. Fui su secretaria una vez que ganó el puesto político de sus sueños; después me motivó para entrar a la escuela, terminé una licenciatura pero también, terminé marcada, torturada por la sombra de ser la amante, es horrible ir al sótano de mi misma, y darme cuenta que en el fondo se hospedaba la rabia, la rabia en contra de lo que mi abuela fue. Yo no sabía pero mi abuela fue la amante de un hombre apoderado y de ahí nació mi madre, ellas lo ocultaron muy bien y para su chinga la vida les volvió a poner la repetición en mí; ellas sufrían en silencio junto conmigo porque yo realmente amaba a ese hombre, lo amaba por sobre todas las cosas. Una noche mi madre soñó que me había esculpido con acero un amante, encima le anotó las palabras “solo un casado te recogerá”. Al siguiente día fue a la iglesia y entre oraciones pidió inspiración, el sacerdote le dijo que fuera con un psicólogo, y qué bueno porque esa fue la única forma en que pude dejar al que me tatuó las nalgas con su nombre. El muy desgraciado no conforme con haberse llevado mis veintes, mandó un tatuador a mi casa para que en cada nalga me imprimiera su nombre. La semana que decidí dejarlo el mismo tatuador se aseguró de que yo no me llevara nada, ¡cómo me hubiera gustado dejarle el tatuaje. No me lo he podido borrar!. Le dejé su casa, me llevé a mis hijos, dos maletas y ganas enormes de renovarme. En mi reflexión me he preguntado ¿por qué no pensé en la esposa de Héctor?, ella es mujer como yo, de seguro lo amaba; ignoro el trato real que él le daba pero no debe ser muy bueno. ¿Hasta cuándo la mujer permitirá que ese tonto rol de la amante? ¿Hasta cuándo?.


No creas todo lo que piensas
Cuando la vi comiendo en Chubys ella llevaba la historia puesta encima.
A mi amante le ofrecieron un puesto importante en Ciudad Juárez, él, a pesar de haber trabajado y escrito sobre la Ciudad, jamás había vivido. El día que  anunció comprar una casa por estos rumbos, mi corazón estuvo alegre casi toda la semana. Finalmente podría verlo seguido, salir a lugares y hacer planes culturales, contaría con su sabio consejo, lo abrazaría, lo besaría en público sin el menor recato – yo que estudio las redes sociales te digo que las probabilidades de que mi esposa se entere son mínimas, corro más riesgo en El Paso- Dijo.  Confieso que odiaba saberlo casado por eso desarrollé la capacidad de huir de mi misma cuando estaba frente a él, pero no solo frente a él; yo huía cuando intuía estar frente a mis faltas. Cuando nos conocimos, él se lanzó en cuanto me vio; apenas alcancé a defenderme, mis patadas no sirvieron de mucho, semanas  luego, estábamos metidos en la cama; lo supuse libre porque su casa así parecía, sin rastro de mujer. Al verlo esporádicamente interesado en mí, le pregunté si me amaba, el respondía que no y que además era casado; en el arranque cruel para demostrar mi odio propio  y a extraños, decidí seguir ahí, enterada del asunto de que lo nuestro solo se trataba de sexo, es por eso que la decisión de mudarse a Juárez me sorprendió. Permití a mi corazón alegrarse exactamente seis días, al séptimo, el coraje brotó, brotaba a borbotones. Habían pasado casi seis años de los cuales solo nos vimos dos o tres veces por año. Una vez instalado en Ciudad Juárez él decidió dar el primer paso, me invitó a salir, a cambio lo invité a cenar a mi casa; preparé salmón con queso crema, arroz, pan fresco  y ensalada, lo acompañé de vino blanco. Esperé su llegada mientras el sentimiento lo despedía; decidida, no debería seguir con ese hombre casado; preparé la mejor de las noches, vestido corto, medias negras, zapato alto, mi mano pasando sobre su nuca, acarició la seda en su cabello cano, mis dedos volaron sobre su rostro, ansiaban curarlo del futuro inmediato, lamí el cuello, desabotoné el morado en la camisa, bajé el cierre al pantalón, el olor a su carne me embriagó, subí a darle un beso en la boca para que probara su propio veneno. Él suspiró cuando dejé caer mi cuerpo desnudo a su dorso, llevó sus manos a mis nalgas y nos mecimos eternamente. Desde entonces no lo volví a ver. Todavía la historia vive cuando la escribo donde sucedió. Les pido a los amantes  hablar, parecen pelear, hay ruido es ella, la chica del Chubys, es que él al no saber de mí inmediatamente fue por otra, su asistente, viajaban a menudo, no me sorprendió nada saberlo con otra y otra y varias amantes. Ella aprovechó muy bien su estancia en la ciudad, se embelleció, terminó el doctorado con su ayuda, y hasta se embarazó. Cuando la conocí la historia empezaba a fastidiarme, había dejado ir al amante, mi mente no tenía nada que hacer ahí, eran ellos en la ciudad, saldrían a comer, se besarían públicamente; ¿y yo construía una fantasma enemiga?.
El riesgo de que la esposa los atrapara estaba lejos. ¿A mí qué? Esa historia no era mía, y para asegurarme, cuando la vi sentada en el restaurante Chubys, con su blusa blanca y acompañada de un hombre, la anécdota adquirió otra versión, ella y él no habían sido amantes, tampoco él y yo.



Fin
Partiría desde el centro, por si voy a rodear, saber cómo regresar. Lo nuestro fue un error lo supe desde un principio, él era casado y yo sería la amante. Me enamoré, hasta ahí no alcanzaba a ver ninguna falta. En repetidas ocasiones calmaba mis culpas al enterarme de su compromiso y no el mío con otro. Ser su amante se suponía el privilegio de las diosas, es por eso que desde el principio lo convertí en fantasma, odiaba lo relacionado a las deidades, y los fantasmas eran por ellos mismos, ecos graciosos pero esto que nos pasó no tuvo nada de gracia; las historias de amantes no saben de fantasmas, corren encarnizadas a tomar el control, te escupen, luego te elevan, luego te tiran, amarran, sueltan, el estrujón es tal que terminas desmemoriada para no enloquecer; si logras volver a ti, quedan lagunas mentales que trazan surcos directos hacia el infierno.
Sabía, sabía el tono del amor que se arrastra, te jala de los pelos y te lleva hasta el sótano, ahí te deja encerrada a ver si de una vez por todas aprendes. Permanecí casi siete años invertida, pasado el tiempo y a punto de culminar el séptimo llegó a mí la novela de ¿Quieres? de Alfredo Espinosa. Había prometido no dejarme llevar más por novelas eróticas, mucho menos románticas filosóficas pero Marcela se ha convertido en mi modelo a seguir, ¿por qué no le llevé serenata?. Si el premio de la osadía de Marcela al hacer estallar la bomba molotov en la serenata de Puto, puto, puto;  frente a la casa de su amante con la esposa adentro le valió varios besos y la certeza de irse con él a París en su corazón y  hasta en los sueños. ¿Cómo no se me había ocurrido irrumpir frente a la casa de mi amante? He sido una mojigata, idiota, sin remedio.
Ay Marcela, cuánto deseo caminar mis yemas lentamente sobre tus nalgas que parecen duraznos frescos y mordisqueables pero mis yemas no tienen ojos como los de Gerardo Lobos.
Reprimiré el deseo porque serás solo su Lolita; debo juzgarlo, vaya hombre ni siquiera sabía  cuánto te amaba, estos hombres necios, desgastados en sus conductas, ¡aburren!. Conocen hasta el culo rojo de los jóvenes mandriles sabiéndose vacas sagradas a punto de ser devoradas y no conocen lo que sienten.  Te cuento Marcela que a mí me tocó uno igual o peor. Misógino a más no poder, veía mi ombligo y oficiaba misa, ¡Qué bárbaro hablar del ombligo gemelo! Debió beber el vino de Octavio Paz, ser tan permisible y artista como Juan Gabriel y encima de todo de Chihuahua. Aquel reclamo inicial fue certero " La mujer para ti  es un objeto apetecible o simplemente un artículo de consumo. Miras a las mujeres como arquitectura, ¿es qué no puedes vernos como personas?". Bien que se lo advertiste - Soy una maldición para el que me ame-. Ni atención te puso, querida Marcela; seguro continuó pensando en cómo chingarse intelectualmente a fulano o cómo ser más verga cada día, le gustaba lo concreto, aquello de gozar mientras se pueda porque más allá del momento o la vida no existe nada. Yo también fui poeta incipiente y me admira la composición en ¿Quieres? "Ignoraba que la libertad de las palabras implica la libertad del ser que las libera". Eso exactamente pasaba cada vez que veía a mi amante, tenía una especie de diarrea literaria pero tú tenías claro que amar y coger van juntos. Yo no. Congelada anidaba los sentimientos para luego.
Marcela, ¿Qué fregados hacías con un ruco veinte años mayor? ¿Dónde metiste el corazón? ¡Niña tonta! ¿No sabes que los rabo verde consideran al amor cursilería?. Para esos hombres tú solo eres el rasguño de sus luchas, temen envejecer, dejar de coger, te usan.
Ah! tú, Gerardo, ¿según tú ya lo habías vivido todo, jajajaj. vaya trampa, te faltaba amar. ¿te gustó ver cómo las enredaderas chupaban el agua y aspiraban el solo para treparse por donde sea? Era Marcela quien las alimentaba mientras esculpía su orgasmo y tú solo pensabas en la temporalidad, la aventura, en qué contarle a tus amigos entre citas literarias y artísticas mientras clasifican meten a la mujer sacos de distintos colores, las catalogan como si fueran mercancía, a  lo macho, ¡qué asco, Gerardo, qué asco!


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